- ¿Y eso?
- Tu voto
- Pero yo quiero votar a Anguita
- Tú votarás a quien yo diga. Al menos mientras vivas en mi casa -dijo mi padre
Así fue como perdí la virginidad democrática en las manos de don Jose María Aznar. Y no es que mi viejo fuera un hombre dictatorial, o extremista o algo de eso, al contrario; era un hombre pacífico y sencillo, amigable pero no estúpido y muy lejos del tema ultra. Desde el principio, desde la primera vez que pudo votar, lo hizo por las derechas moderadas, primero AP y después PP. Y así, estoy convencido, seguiría haciéndolo hoy. Muchos otros, hoy todavía subidos en el agonizante carro del socialismo, mañana en el que viene, se fueron con Fuerza Nueva hasta que vieron que no había nada que hacer. Él conoció lo que era la España franquista y sus curas. Con Franco se llevó bien, pero los curas...los curas se le atragantaron desde el principio.
- ¿Te tocas? -le preguntó uno en confesión siendo él un niño de los años cincuenta
- Y me fui corriendo de allí, Kufisto, hijo mío -me dijo en una de las últimas tardes de su mortal enfermedad mientras mirábamos una de vaqueros en la tele- Se lo dije al abuelo y me dijo que nunca más fuera por allí -decía sin quitarle ojo al televisor- Maldito cabrón, tener los santos cojones de preguntarle eso a una criatura...
Voté al PP mientras viví con mis padres y aún después. Anguita ya no estaba y supongo que quien le sustituyera no parecía ni la mitad de buena gente que él. Anguita sería cojonudo aún ahora. Bien sabe Dios que lo votaría si volviera, aunque sólo fuera por no haberlo hecho aquella vez; pero Anguita es un tío serio, no un payaso del circo que se ha montado la izquierda comprada por los curas del nuevo siglo.
Seguí votando PP ya fuera de la casa de mis padres. Recuerdo el orgullo, la valentía, la sensación de estar haciendo lo correcto, cuando los atentados del 11-M. No me iba a achantar. Me daba igual que hubiera sido la ETA, los moros o los franceses. Aquello olía fatal y por primera vez en mi vida voté con absoluto convencimiento. Y perdimos. Y a partir de entonces dejé de votar.
Pasaron los años y las elecciones; llegó Zapatero y después Rajoy. Mi padre no me decía nada y yo tampoco. Creo que sabía que no votaría a nadie. Pero él siguió a piñón.
La otra mañana, las del descanso de los lunes, fui como siempre a echar un rato con mi madre. Apenas nos vemos más allá de ese rato, quitando algún ruego, por supuesto siempre correspondido, para que la lleve a ver a su madre ante la inusual ausencia de conductores en la familia. Aquel lunes, en ese mediodía, estábamos bebiendo unas infusiones en la cocina de la casa paterna. La fotografía de mi padre a un lado de la tele, calcada a como él era, sonriente y seguro, nos miraba igual que podía hacerlo bajo el televisor del salón y la habitación matrimonial.
- ¿A quien vas a votar? -preguntó mi madre
- A VOX
- ¿Y a quien crees que hubiera votado papa?
- Al PP -respondí sin vacilar
Esta tarde ha venido al bar en compañía de mis tíos, todavía más de derechas que ella aunque sólo fuera por el tema religioso. Mis tíos son de misa diaria y mi madre no pisa ni muerta una iglesia fuera de las convenciones sociales. También, como mi padre, es una mujer sencilla y pacífica, pero muy valiente, sin miedo a nada, ¡como para no haberlo sido siendo madre de cinco chicos! A veces recuerdo esos tiempos y no puedo explicarme como pudieron soportarnos.
Estaba liado en la cocina y cuando se iba ha pasado para devolverme los dos besos que yo le había dado antes en la terraza.
- ¿Has votado ya?
- No, lo haré cuando salga
Eran las cinco y media cuando salí del bar. Había entrado diez horas antes, diez horas dominicales en las que había vuelto a ganarme la vida. Mi fiel Josemari estaba esperándome cuando el alba apuntaba a lo alto. Unos borrachos, "unos moros de mierda" me dijo, se habían dado de patadas en la cabeza allí abajo. Miré y vi que estaban los nacionales y una ambulancia. Le dije a Jose que pasara, cerré la puerta y empezamos a limpiar el bar.
Llegué a casa y dejé el abrigo, el jersey y la camisa sobre la cama. Me rulé un cigarrillo y me eché un chupito de whisky. Cogí el DNI y fui hacía el colegio electoral.
Está a la vuelta de la manzana. Es el hogar de jubilados donde votaba cuando todavía vivía con mis padres. Llevo mi camiseta de tres días del "Rheingold" y la gorrilla. En la esquina veo que está un vecino, un rojo subnormal, hablando con un viejo. Él no me ve y yo no le digo nada. Llegando a la puerta de entradas oigo una conversación a voces a mis espaldas:
- ¡A quien has votao?
- A VOX
- ¡Yo también!
Paso adentro. Hay un nacional al que le doy las buenas tardes. Un colega, a última hora en el bar, me había dicho que mi mesa era la C, que en ella, como él, había votado uno de mis hermanos, el último que vive con mi madre.
Paso y veo a una chica de VOX en la mesa de las papeletas. Yo ya voy medio chispao y le pregunto lo que ya sé. Cojo el tema y lo meto en los sobres tras pedirle un bolígrafo para llenar de X la papeleta del Senado. En la mesa C se encuentra un interventor del PSOE conocido mío, un tío cojonudo, que nada más verme me saluda. Miran la lista y no estoy ahí. "Ve a esa de enfrente, Kufisto" Voy, estoy y deposito mi voto.
Jamás en la vida lo he hecho con tanta ansia.
Y hoy me chispo, qué cojones.
- Tu voto
- Pero yo quiero votar a Anguita
- Tú votarás a quien yo diga. Al menos mientras vivas en mi casa -dijo mi padre
Así fue como perdí la virginidad democrática en las manos de don Jose María Aznar. Y no es que mi viejo fuera un hombre dictatorial, o extremista o algo de eso, al contrario; era un hombre pacífico y sencillo, amigable pero no estúpido y muy lejos del tema ultra. Desde el principio, desde la primera vez que pudo votar, lo hizo por las derechas moderadas, primero AP y después PP. Y así, estoy convencido, seguiría haciéndolo hoy. Muchos otros, hoy todavía subidos en el agonizante carro del socialismo, mañana en el que viene, se fueron con Fuerza Nueva hasta que vieron que no había nada que hacer. Él conoció lo que era la España franquista y sus curas. Con Franco se llevó bien, pero los curas...los curas se le atragantaron desde el principio.
- ¿Te tocas? -le preguntó uno en confesión siendo él un niño de los años cincuenta
- Y me fui corriendo de allí, Kufisto, hijo mío -me dijo en una de las últimas tardes de su mortal enfermedad mientras mirábamos una de vaqueros en la tele- Se lo dije al abuelo y me dijo que nunca más fuera por allí -decía sin quitarle ojo al televisor- Maldito cabrón, tener los santos cojones de preguntarle eso a una criatura...
Voté al PP mientras viví con mis padres y aún después. Anguita ya no estaba y supongo que quien le sustituyera no parecía ni la mitad de buena gente que él. Anguita sería cojonudo aún ahora. Bien sabe Dios que lo votaría si volviera, aunque sólo fuera por no haberlo hecho aquella vez; pero Anguita es un tío serio, no un payaso del circo que se ha montado la izquierda comprada por los curas del nuevo siglo.
Seguí votando PP ya fuera de la casa de mis padres. Recuerdo el orgullo, la valentía, la sensación de estar haciendo lo correcto, cuando los atentados del 11-M. No me iba a achantar. Me daba igual que hubiera sido la ETA, los moros o los franceses. Aquello olía fatal y por primera vez en mi vida voté con absoluto convencimiento. Y perdimos. Y a partir de entonces dejé de votar.
Pasaron los años y las elecciones; llegó Zapatero y después Rajoy. Mi padre no me decía nada y yo tampoco. Creo que sabía que no votaría a nadie. Pero él siguió a piñón.
La otra mañana, las del descanso de los lunes, fui como siempre a echar un rato con mi madre. Apenas nos vemos más allá de ese rato, quitando algún ruego, por supuesto siempre correspondido, para que la lleve a ver a su madre ante la inusual ausencia de conductores en la familia. Aquel lunes, en ese mediodía, estábamos bebiendo unas infusiones en la cocina de la casa paterna. La fotografía de mi padre a un lado de la tele, calcada a como él era, sonriente y seguro, nos miraba igual que podía hacerlo bajo el televisor del salón y la habitación matrimonial.
- ¿A quien vas a votar? -preguntó mi madre
- A VOX
- ¿Y a quien crees que hubiera votado papa?
- Al PP -respondí sin vacilar
Esta tarde ha venido al bar en compañía de mis tíos, todavía más de derechas que ella aunque sólo fuera por el tema religioso. Mis tíos son de misa diaria y mi madre no pisa ni muerta una iglesia fuera de las convenciones sociales. También, como mi padre, es una mujer sencilla y pacífica, pero muy valiente, sin miedo a nada, ¡como para no haberlo sido siendo madre de cinco chicos! A veces recuerdo esos tiempos y no puedo explicarme como pudieron soportarnos.
Estaba liado en la cocina y cuando se iba ha pasado para devolverme los dos besos que yo le había dado antes en la terraza.
- ¿Has votado ya?
- No, lo haré cuando salga
Eran las cinco y media cuando salí del bar. Había entrado diez horas antes, diez horas dominicales en las que había vuelto a ganarme la vida. Mi fiel Josemari estaba esperándome cuando el alba apuntaba a lo alto. Unos borrachos, "unos moros de mierda" me dijo, se habían dado de patadas en la cabeza allí abajo. Miré y vi que estaban los nacionales y una ambulancia. Le dije a Jose que pasara, cerré la puerta y empezamos a limpiar el bar.
Llegué a casa y dejé el abrigo, el jersey y la camisa sobre la cama. Me rulé un cigarrillo y me eché un chupito de whisky. Cogí el DNI y fui hacía el colegio electoral.
Está a la vuelta de la manzana. Es el hogar de jubilados donde votaba cuando todavía vivía con mis padres. Llevo mi camiseta de tres días del "Rheingold" y la gorrilla. En la esquina veo que está un vecino, un rojo subnormal, hablando con un viejo. Él no me ve y yo no le digo nada. Llegando a la puerta de entradas oigo una conversación a voces a mis espaldas:
- ¡A quien has votao?
- A VOX
- ¡Yo también!
Paso adentro. Hay un nacional al que le doy las buenas tardes. Un colega, a última hora en el bar, me había dicho que mi mesa era la C, que en ella, como él, había votado uno de mis hermanos, el último que vive con mi madre.
Paso y veo a una chica de VOX en la mesa de las papeletas. Yo ya voy medio chispao y le pregunto lo que ya sé. Cojo el tema y lo meto en los sobres tras pedirle un bolígrafo para llenar de X la papeleta del Senado. En la mesa C se encuentra un interventor del PSOE conocido mío, un tío cojonudo, que nada más verme me saluda. Miran la lista y no estoy ahí. "Ve a esa de enfrente, Kufisto" Voy, estoy y deposito mi voto.
Jamás en la vida lo he hecho con tanta ansia.
Y hoy me chispo, qué cojones.