No me hubiera parecido inquietante de no haber sabido su final, cosa que vuelve a certificar que todo cobra un cierto sentido cuando la muerte anda cerca.
En el vídeo, tomado por la cámara interior del ascensor, se ve llegar a una muchacha, más o menos normal, hasta que empieza a accionar los botones, como desasosegada, como si tuviera mucha prisa. Pero la puerta no se cierra y ella se pone en un rincón, parece temerosa, el ascensor no termina de funcionar como es debido y bueno, no sé, un ascensor desobediente es lo más cercano a HAL que espero conocer en mi vida, no me gustaría quedarme encerrado en uno de ellos, debe ser algo para perder la cabeza; estar ahí, suspendido en el vacío y en los circuitos de una jodida máquina jodida, tan pequeña como un ataúd de matrimonio. Estoy seguro que Poe hubiera escrito un buen cuento de haberlos conocido, dan para ello. Y Hitchcock una peli. Pero cumplió su parte haciendo aquella de la balsa, cameo incluido.
La chica, viendo que algo no va como debería quizá en el momento menos oportuno, se aventura a salir, lentamente, como esperando encontrarse con alguien que no querría. Y poco después la vemos hacer extraños movimientos con sus manos. Sólo eso, nada más.
Sale del plano y unos segundos más tarde se cierran las puertas sin nadie en su interior. Vuelven a abrirse, no vemos nada, y vuélvense a cerrar. Y ya está.
La muchacha, una joven oriental que vivía en los States, desapareció ese mismo día y su cadáver fue encontrado dieciocho más tarde en los depósitos de agua situados en la azotea del hotel. La misma con la que se ducharon y saciaron su sed los clientes que allá se alojaban. El como llegó hasta allí es la pregunta que se hacen: ella sola no pudo hacerlo. ¿Asesinada por un par de trabajadores (un hombre solo no podía mover las tapas de aquellos depósitos) del hotel con acceso a las llaves de esa parte del edificio? ¿tan listos y fríos como para saber de la existencia de la cámara interna del ascensor? ¿y como saber que iba a fallar, que no iba a ponerse en marcha? ¿y por qué razón la chica se queda ahí fuera, durante un rato, sin que veamos a nadie, moviendo las manos de esa extraña manera cuando en todo momento las había tenido entrelazadas? ¿Drogas? no las encontraron en la autopsia del cadáver, tampoco tenía antecedentes psiquiátricos, alguna enfermedad grave, delirios o paranoias. ¿Un brote súbito? Sí, bueno...pero ella no pudo meterse donde apareció muerta.
La mejor trampa del diablo es hacernos creer que no existe, dicen, y si yo fuera él haría lo mismo por dos sencillas razones: porque así también dejarían de creer en el bueno y porque los cazaría con la guardia baja.
Hoy es su noche por la gracia del Imperio, sin duda el más dañino de la Historia. Y resulta curioso y revelador hasta que punto están consiguiendo sus últimos objetivos; con que facilidad, sin prisa pero sin pausa, han logrado darle la vuelta a la tortilla hasta el punto de que ya ni nos acordamos si dentro llevaba patata o higos chumbos, ¡qué más da!: luce tan bien, está tan doradita, parece tan apetitosa que lo de menos es lo que lleva dentro. Como con lo demás.
Estaba a punto de salir del bar cuando un amiguete, ya más que medio borracho, nos ha contado de qué iba a disfrazarse esta noche, incluso nos ha enseñado fotos de su hijo de dos meses con un disfraz de esqueleto, sacaba la lengüecilla y todo, sonriendo, "esta se la enseñaré a sus amigos cuando sea mayor, que se joda", "qué cabrón"
De camino al tanatorio, mientras escuchaba a los Beatles, he empezado a ver niños travestidos de fantasmitas, brujitas, zombies y demás, se ve que estaban esperando que cayera la noche para salir a la calle y causar más efecto; de buena me he librado en esta ocasión, no ha aparecido ninguno durante mi turno, ya van diciendo hasta eso de "truco o trato", aunque todavía en español, siquiera castellano...Y es que no me gusta verlos así, aunque intente disimularlo para no herirles.
He visto a mi tío nada más entrar en las inmediaciones de la moderna pensión del moderno muerto, iba delante de mi, había salido a recibir a unos amigos de Madrid, "Jose", "¡Kufisto! -me ha dicho sorprendido- gracias por venir", nos hemos dado la mano y me he decidido a darle dos besos, después de todo es mi padrino y anoche se murió su madre, mi tía, o tía segunda, no lo sé, esta familia es un lío, antes las familias eran así, habían un montón de tíos y tías..."La mujer del hermano de tu abuelo, Kufisto" 93 años. Y sus dos hijos fueron los padrinos de mi católico bautismo. Dos jóvenes rojos y ateos como reservas para el primogénito de mi derechista y creyente padre. Pero eran de la familia. Y con eso sobraba. Además que el viejo nunca le ha hecho mucho caso a lo que digan los curas, los conocía bien. Él es, como tantos otros conocedores del percal, protestante sin saberlo. Un cristiano protestante a machamartillo. "Hay Dios" eso es todo. Y por eso su hermana sigue viva y su tía ha muerto cuando tenía que morir. Y un poco más.
Mis padrinos ya estaban en la capital de España cuando yo nací, han hecho toda su vida allí, por aquí vienen de higos a brevas: navidades, unos días en verano para ver a su madre y poco más. Era una mujer fuerte, como todas las que sobrevivieron a la guerra, y se valió por sí misma casi hasta el final. No quería irse a vivir allí, creo que estuvo una temporada que andó un poco pachucha, pero se vino para el pueblo en cuanto pudo, a su marcha, creo que con una asistenta o algo así, sí...
Se quedó viuda muy pronto, todavía no tenía los cincuenta, complicaciones derivadas de una operación de estómago, "yo podré comer chorizos y tú no" le dijo a su hermano, a mi abuelo, también él padeció toda su vida del estómago...Y llegó hasta los ochenta, hasta que no hubo más remedio que operarlo. Y no salió de ella, como su hermano, pero treinta años después. Sin comer chorizos, claro. A base de arroz cocido, merluza hervida, peras, leche, galletas María y agua. Y Kaiser´s hasta que dijo ni uno más. Eso era todo.
- Eran otros tiempos, Kufisto...-me ha dicho mi tío, dando a entender aquella España gris y carcelera, tan lejana a la que alguna rara vez le he oído a mi padre
Estábamos en una habitación pequeña, cosa de agradecer, era demasiado vieja para atraer multitudes, ha enterrado a todos los que tenía que enterrar y aún a muchos más. Y vivir sólo para enterrar no es vivir.
La última vez que la vi fue unos días antes de que cayera mala mi tía, la joven, hará poco más de dos meses. Mi padre me había dicho que estaba mala, desahuciada, terminal, algo de un tumor o así...93 años. Y una mañana que pasé por el barrio entré a verla.
Me abrió la puerta su hija, mi madrina, nuestra Carmen Sandiego, una mujer que siempre he querido mucho, ella fue quien me inculcó el gusto por la lectura y el gusano por las Pirámides, aunque esto fue muchos años después, ya lo llevaba yo dentro sin saber porqué. De hecho todavía no lo sé.
- Loli -le dije una noche mientras cenábamos en su piso de Madrid, cuando empecé a trabajar en las vías del tren- ¿cual es el sitio que más te ha impresionado de todos los que has visitado?
Lo pensó un momento, cero coma, nada.
- Las Pirámides -y ya había estado en los cinco continentes
- Yo quiero verlas
- Son...-ya no me acuerdo de lo que me dijo. ¿Qué vas a decir de algo así? Pero sí de como le brillaban los ojos mientras intentaba contármelo.
Ya está mayor, se ha jubilado recientemente. Exteriormente poco queda de aquella mujer diferente, atractiva, que sin ser guapa sabía llamar la atención sin necesidad de llevar un cencerro al cuello: culta, no sabihonda, discreta, que no pasota, elegante cuando tocaba serlo, snob sin quererlo ni jactancia si resultaba procedente...Recuerdo una boda que se presentó con un vestido rojo, apenas tendría cuarenta años...No se ha casado, perdió a su novio cuando estaban a punto de hacerlo, accidente de moto...Ha vivido su vida. Libre.
Se sorprendió al verme aquella mañana, no lo esperaba, le di dos besos y pasamos a la pequeña habitación que está a mano izquierda, la que fue la vieja tienda de su madre, una especie de colmado, por llamarla de alguna manera, que vendía todo lo necesario en aquellos años: comida enlatada, sardinas y mejillones, tomates y pimientos, cosas así, naturales, nada que necesitara un libro de instrucciones para desentrañar sus ingredientes, sifones, gaseosas, bacalao seco, embutidos...no sé, todo eso, no me acuerdo bien.
- ¡TÍAAAA!
- ¡¿QUÉ?! -respondía ella desde adentro, quizá estuviera en la cocina, o tendiendo la ropa, o fregando la casa
- ¡QUE ME HA DICHO EL ABUELO QUE ME DES...!
- ¡CÓGELO TÚ, QUE AHORA NO PUEDO!
Y a veces, mientras buscaba lo mío, llegaba una mujerona del barrio.
- ¿Y tu tía?
- No sé...está adentro..."
- ¡¡¡EULALIA!!!
- ¡QUÉ!
- ¡QUE NECESITO...! -lo que fuera
- ¡CÓGELO TÚ, QUE AHORA NO PUEDO!
- Váigame Dios...
Y lo cogía.
- ¡AQUÍ TE DEJO EL DINERO!
Y allí dejaba el dinero. O le cantaba a voces lo que se llevaba para que se lo apuntara en la cuenta.
Algunas veces le abría el cajón de madera donde lo echaba. No había mucho. Y creo que nunca cogí nada.
Hacia bastante tiempo que no la veía, puede que un par de años, y si siempre ha sido una mujer muy delgada, huesuda, lo de entonces ya era el extremo: era huesos y pellejos. Y ojos. Siempre los tuvo grandes, puede que fuera por las gafas. Me reconoció. Se incorporó de la bancada donde estaba tumbada.
- "Ay, Kufistínnnn..."
- "Tía..."
Nos dimos dos besos y me apretó fuerte.
Durante media hora estuve hablando con su hija, con mi tía tercera, o lo que sea, mientras ella no dejaba de mirarnos, ya estaba sorda, o casi.
- ¿Y tú -le pregunté a mi madrina- te has jubilado?
- ¡CHSSSTT...que no lo sabe!
Esta loca familia siempre ha sido de preguntar pocas cosas...
Me fijé en una foto de ella a los pies de la Torre Eiffel, casi de mitad de cuerpo, el pelo al aire, sonriendo con unas grandes gafas de sol, de cuando aquel vestido rojo...
No estábamos más de veinte personas en esa pequeña habitación, mis padres entre ellos, los únicos de lo que queda de aquella familia. También se han sorprendido al verme, puede que me esperaran para más tarde, o que no fuera, soy una caja de sorpresas...
He estado bien, en mi sitio y un poco más. Sé hacer las cosas si antes no he hecho otras.
Diez, quince minutos, suficiente, no hacia falta más, no conocía a nadie que no fueran los míos: los demás, quitando a cuatro viejas, eran de los suyos, de los otros, de los que iban a arreglar este país.
Al salir de allí me he topado con una caterva de pequeños diablillos que chillaban y saltaban alrededor de uno que enseguida he reconocido como un antiguo amigo de cuando jugábamos por las calles de nuestro barrio muerto, uno que está metido en cofradías de Semana Santa y Más Allá, un católico, apostólico y romano, padre de dos hijos, que, divertido, buscaba dentro de su coche en busca de caramelos o dinero para aquellas fieras entre las que es más que probable anduvieran las suyas, que este también es de los del puño cerrao en todos los sentidos...
Soy un chico con suerte, no ha podido verme, no he tenido que darle explicaciones, tampoco somos de los que gustan darlas.
El pueblo está hirviendo cuando voy de camino a casa con los Beatles y los demonios que todavía no han cambiado los colmillos de leche, tanto que casi me trago una prohibida que veo a diario, no atino a comprender el porqué. Mercadona está a reventar, al menos por fuera, yo no paso ahí, y antes lo haré al infierno que enriquecer a quien esta tarde he leído que debemos aprender de los chinos que viven aquí.
Yo nací en España.
Pero ya no sé donde moriré.
Descansa en paz de una vez.
Sí.