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JIMMY COGIÓ SU FUSIL...

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...y lo quemó.

Cuarenta y siete años se cumplen mañana de una de las noches más mitológicas del Rock.

¿Qué hacer cuando los Who acaban de ofrecer uno de los conciertos de su vida? Liarla parda, tirando a negra.

Monterey. California. 1967. Los Beatles ya habían dejado de tocar en directo y los Stones estaban a cero coma de enviar al matadero a Brian Jones, ese que tocaba hasta el melón. Jimmy Page andaba puteando por aquí y por allá, buscando a alguien que lo retirara para montar su propia casa de putas, y poco después encontró la pajuela correcta, precisamente cuando la parte de atrás de los Who (su alma, como toda banda de Rock que se precie) rumiaba lo poco a gustito que se sentía haciendo de toro maricón siendo los machos de aquella manada. "¿Hacemos una super-banda?" Pero eso es otra historia que parió otra historia que parió a la madre de todas las historias.

LSD, 200.000 chavales y tres días de conciertos. Siempre el tres. Siempre el Misterio. Siempre lo que no se ve. Siempre lo que no debe ser.

Cuenta el gran Lemmy que fue roadie de Hendrix en una gira que este hizo por la Gran Bretaña poco tiempo después; no mucho, que murió pronto. Y dice que uno de sus cometidos era conseguirle droga en tierra extraña, como aquel médico que trajo a Miles Davis a la España franquista: "si no hay droga, no hay concierto" Y tuvo su droga. Con receta y en la farmacia de guardia. Benditos sean los principios de los médicos franquistas, variante iribarne.

Ocho ajos, ocho.

- Toma estos dos para ti -le decía Hendrix a nuestro Lemmy

Y se comía los otros seis de golpe.

Los amigos que tuve se metían un cuartillo bajo la lengua y estaban horas sin parar de reír. Alguno vio al diablo en el asiento de atrás de mi coche. Yo no. Y hubo quien todavía lo sigue viendo.

Ya han pasado más de veinte años desde que escuchábamos a Hendrix fumando nuestra marihuana, tan bonita, tan verde, tan pastosa y tan tranquila. Fue en uno de sus no aniversarios, supongo que el de los veinte, cuando ninguno los teníamos aún.

Fueron buenos tiempos. Realmente buenos. Vimos hasta un eclipse de sol escuchando el Shine on your crazy diamond...Aquella muchacha parecía salida de Woodstock sin haberlo hecho de la Mancha.

Era tan dulce...

Aquel album, aquel Vudú Yugoslavia, se componía de la parte bluesera de Hendrix, la menos conocida, siendo como fue tan psicodélico en la cresta de aquella ola que tan pronto se lo llevó al mar muerto para que siguiera haciendo dinero sin necesidad de dar mala guerra. Para ellos.

Pero antes grabó La leyenda del Tiempo en versión blues, con resultados no menos talibanescos que la flamenca. Tanto que los del Camarón fueron guyeletos al lado de aquellos.

La música es como la medicina; con sus indicaciones, su posología y sus efectos secundarios. Todo ello, claro está, según la edad y el estado del enfermo, que alguien sano no necesita ayuda para vivir.

Nos pusieron las orejas al echarnos del Edén.

El sonido del silencio, canturreaban Simón Neworder y Gartelefunkel, ese par de dos, esos profetas menores, menorísimos...Y pensar que fue de lo primero que me gustó...

En fin, que mientras llega la ola que nos tiene que llevar, la que sea, del muerto o del atlético, de barets o amarillos, flotemos escuchando la canción que mejor me sonaba entonces y me suena ahora.

Después de todo, veinte años no son nada.

Ya vendrá It para arreglar cuentas.

Tengo la mirada tranquila y las orejas mejor taponadas que el ojo del culo.

Y floto cuando me sale de los huevos.


La Casa Roja, por Jimmy Hendrix:



NOSTALGIA DEL BUTANO

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Marie Laveau cogió una cuchara limpia del desvencijado aparador y probó el caldo que por una hora llevaba cociendo sobre la flamante vitrocerámica que dos de sus diez hijos le habían regalado por su último cumpleaños.

"Todavía le falta..." se dijo. Y recordó su vieja cocinilla de butano, con sus hierros negros y su fuego azul y naranja, tan de su gusto; tanto que muchas veces durante los últimos años lo encendía por nada, sólo para verlo "No sé cocinar con esto...¿como se puede cocinar sin fuego?...Calor, calor...Esto es más un cataplasma...Esto es como cocinar para los enfermos...Esto es cocinar para los muertos"

Se sentó y bebió de su infusión de hierbaluisa, ya casi fría. Miró por la ventana y no vio nada más que su oscuro reflejo. Era tan de noche que por un momento pensó haberse quedado ciega. Y no viendo nada empezó a recordar.

La primera vez que le vio la polla a su marido este dormía la siesta con su tercer hijo, de apenas un año. El pequeñín se había despertado y ella era la única que había oído algo más que ronquidos. Ella siempre había oído a sus hijos aunque estuvieran al otro lado del océano. Fue a recogerlo para que no molestara a su padre y lo vio jugando con su enorme pene. Marie se quedó un momento en la puerta, sin reaccionar y sin poder apartar la vista de aquello. Casi gritó. Cogió a su hijito con mucho cuidado de no despertar al que seguía durmiendo y salió de allí con el corazón en las entrañas.

Él había sido carnicero en Argel, hasta que hubieron de marcharse por temor a ser asesinados tras la independencia de la antigua colonia. Ya en Francia se reconvirtió en mecánico de automóviles, oficio que había aprendido cumplimentando a la patria que después los abandonaría a su suerte, cosa que jamás pudo olvidar y que a punto estuvo de llevarle a la cárcel algunos años después. Pierre Dubois era hombre de pocas luces. No le hacían falta. Él era fuerte y tenía la razón. Un hombre no necesita más para vivir. Aquellos hombres necesitaban tan poco que resultaban muy peligrosos para quienes tenían todo lo demás.

Marie quería a Pierre. No había conocido a ningún otro. Pierre también la quería aunque conoció a muchas otras; puede que aún la quisiera más por esto mismo. Y Marie lo sabía y nada decía. La peonza ha de enrollarse si quiere bailar por los suelos. Y ella era la cuerda. Y sus hijos...sus hijos...Ella tenía a sus hijos. Ella tenía lo que ningún Pierre podrá tener, por muy fuerte y mucha razón que tenga. Eran más suyos que de él. Ella los había llevado dentro, él sólo le había metido aquello dentro. Y esto es algo que ellos, los diez, acabarían sabiendo, sí...Es tan fácil tener toda la razón con algo tan evidente...

Cuando el último hijo se fue de casa, Pierre y Marie ya eran mayores, ya habían dejado de hacerse viejos para empezar a serlo. Pierre cayó enfermo algunos años después: primero una silla de ruedas y después una cama y una asistente social que iba tres veces al día a ayudar a Marie para darle la vuelta y asearle. Marie se acostumbró a verle el pene a su marido. Ya no le daba miedo. No hay como ver siempre lo mismo para que deje de darte nada.

Pierre dejó de hablar, más tarde de ver y al final de oír. A todo se acostumbró Marie. A todo menos a no oírlo roncar.

Bajó al garaje y cogió una sierra eléctrica. Subió a la habitación y descuartizó a su marido. Ninguno se enteró demasiado. Le sacó el corazón y le cortó la polla. Puso un cazo a hervir y los echó dentro.

Dos horas después volvió a catarlo con otra cuchara limpia del desvencijado aparador.

"Esto sigue sin saber a nada" Lo apartó del calor y volvió a acordarse de su vieja cocinilla, de sus hierros negros y de su fuego azul y naranja.

Ahora había luz tras la ventana, ya no se veía reflejada en ella. Y empezó a ver lo demás, todo lo demás.


Cogió un abrigo para tapar el hedor de la sangre seca y salió a la calle.


Entró a la comisaría.


El poli de guardia sólo encontró una cuchara en sus bolsillos.


Limpia.





http://www.alertadigital.com/2014/06/24/francia-una-anciana-descuartiza-a-su-marido-y-se-hace-una-sopa-con-sus-genitales/

EL SALÓN DE TÉ

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La cosa llevaba algún tiempo sin ir bien; más o menos desde que ella había empezado a trabajar por primera vez. Tuvo que marcharse lo suficientemente lejos como para tener que quedarse durante la semana y aquello "afectó nuestra relación", como diría cualquiera.

Y no es que antes viviéramos juntos, no, qué va...Era igual, sólo que ella todavía vivía su sueño estudiantil: hay que ser un experto para diferenciar el ruido real del de fogueo. Las pistolas son tan raras que todas son iguales para los ojos de la gente normal, la que tiene bien jodido el obturador.

A veces, cuando sus acaudalados padres se iban de vacaciones, pasábamos las noches juntos. Y estaba bien, pero no tanto como para que durante el día no me acordara de lo fantásticamente que se está cuando nadie más que tú tiene el mando del televisor.

Una tarde de un mes creciente, no recuerdo cual, tumbado en mi catre de la casa paterna, habiendo acabado la jornada laboral, mortalmente aburrido, tanto como pueda estarlo quien va vislumbrando lo siguiente que le va a venir para quedarse, vi el anuncio de una puta en un canal local, uno de esos que estaban subvencionados al ciento veinte por ciento para dar el parte, chatear mientras sonaban piratescamente los últimos éxitos de la MTV y emitir porno del Platinum X por la noche, también bajo chateo de neuro y medio la tirada, claro, que la Bestia no quiere tu leche, sino tu sangre, sudor y lágrimas.

Se me puso dura y llamé antes de que ese número dejara su lugar a otros, la inmensa mayoría de ellos buscando alguno que lo hiciera por afición, como si las tías fueran del Betis.

No me gustó mucho su voz, pero quedé con ella en la plaza de toros: era de fuera y no conocía el pueblo. Y no hay cosa más grande en uno de estos que una de aquellas, no tiene pérdida. Bueno, sí, las iglesias...pero como que no.

Mi experiencia puteril hasta ese momento se reducía a una vez que entramos a un puticlub de carretera al poco de sacarnos el carnet de conducir. Estábamos bebiendo y alguien dijo de ir de putas. Se cogieron un par de coches y fuimos haciendo el grease hasta nuestro destino.

Una vez allí, se acabó el cachondeo: nadie tenía huevos entrar.

- Me cago en Diosss...-dije yo-

Y pasé.

Ya estábamos todos bien apretados en la desierta barra, preguntándole al peludo macarra de la muñeca de cuero por el precio de los cubatas, "dame un tercio", "quinientas", cuando entre risas nerviosas se nos acercó la puta más vieja que por allí estaba.

Llevaba un sujetador que habría aguantado el juicio de Nuremberg.

Palpé un tanto.

- EHHH...
- Vale, vale...

Y se encaró con el panadero:

- Qué guapo eres...
- Ssssíii...
- ¿Quieres algo?
- Bueno...Es que no sé si tengo...
- ¿Cuanto llevas?
- Quinientas pesetas
- Pues con eso te sales a la carretera y te haces una paja

Tuvimos que irnos del ataque de risa que nos dio.

No me costó encontrar el coche de la puta del chat cuando llegué con el mío a los aparcamientos de la plaza de toros: esta plaza sólo la llenó Curro Romero. Y en feria.

Me subí a su coche con todo el corazón en la polla.

Estaba demasiado gorda. Mucho.

- ¿Donde vamos? -dijo como si fuésemos a hacer un cursillo de manipulador de alimentos.
- Tira por ahí...

La dirigí donde las ovejas cagan sus primeras mierdas secas del día.

- Qué quieres -no fue una pregunta

"Irme", pensé.

- Chúpamela
- Treinta euros
- Vale

Me bajé los pantalones y los calzoncillos y me la comió como el chisme aquel que Homer dejaba al control de la central nucelar cuando estaba tan gordo como para trabajar desde casa.

Me corrí mirando a los molinos de viento.

La vi dos o tres veces más, lo suficiente como para que me confesara que lo hacía para sacar dinero con el que casarse con su hombre, uno que la mataría si supiera lo que estaba haciendo.


Después encontré a otra mucho mejor.


Tanto que llegué a pensar si el mate pastor no sería la mejor jugada de las negras.


Pero...





AGUACATES SALVAJES

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Las zapatillas parecían haber pasado la noche en Afganistán, en los pies de un afgano, de uno de los jodidos, de los del desierto, de esos que no sonríen a la cámara, de uno de esos que hablan a gritos, como si nadie les hubiera escuchado nunca, como si dieran por imposible hablar a los hombres igual que a las sombras, tan calladas que hasta les puedes susurrar tus verdaderos pensamientos sin temor a una respuesta equivocada, sin esperar que te tomen por un loco, por un salvaje o por un terrorista...¡Ah, los ojos que te miran! ¿por qué esperáis lo peor de quienes viven con las sombras de los desiertos?

Por alguna razón que desconozco decidí no perder ni el escaso minuto de rigor en limpiarles el polvo del peripatético y maratoniano paseo de ayer. Miré en la otra habitación y ante mi sorpresa di a la primera con un par de zapatos que yacían en una caja cerrada con aspecto de usados y ciertamente olvidados, pero limpios. Los calcé y fui al water para cagar antes de irme. Ahí, enfrente de mi, en el suelo, entre la taza y el bidé, estaban mis dos pares de zapatillas: las viejas llenas de mierda y las nuevas de bayetas húmedas para darles un poco de sí. "Voy a tener que tirar las dos" pensé mientras recordaba a la mala putilla que me miraba como a un programa de Balbín mientras me probaba las zapatillas borrachas. Me limpié el culo y tiré de la cadena. Quedaron restos sobre la loza y le pasé la escobilla. Esperé un minuto a que la cisterna se llenara de agua y volví a accionarla. Después me fui a trabajar pensando en lo ligero que iba de pies. Demasiado.

Y he acabado el turno con los pies destrozados: los zapatos limpios estaban aún peor que las zapatillas nuevas.

Sólo tendría que haberle pasado la bayeta húmeda a las viejas zapatillas para haber evitado todo esto.

Pero preferí gastar su minuto limpiando los restos de una puta mierda.


Hoy he cumplido 41 años.


Y hasta hace nada todavía no sabía limpiarme el culo con economía de medios.


Son las cosas del desierto.


Que quieres tan poco que lo derrochas para contentar a las sombras que te acompañan.


Son tan agradecidas...pero no es cuestión de ponerlas a prueba.



MIRANDO Y VISTO

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Hacía mucho tiempo desde la última vez que le viera y hoy ha sido por pura casualidad, por un cúmulo de circunstancias que han cubierto la última parte de mi despejado paseo de esta tarde, un poco más tardío de lo normal. Con todo, hacía demasiado calor como para pensar en algo más que llegar pronto a casa.

Es en esa intersección de esa ruta (una de las tres que tengo, la más corta) donde suelo mirar si está levantado el cierre de un bar: si no lo está, tuerzo hacia allá y si lo está, también; pero de otra manera. Y en los dos casos pasando como si estuviera bajado.

Allí, en la misma calle, diez pasos más allá de la esquina de ese bar, ha sido donde he visto a ese que no veía desde hacía mucho tiempo.

Una anciana, supongo que su madre, bajaba de espaldas y con mucha precaución los dos peldaños de la entrada a una casa. Un par de metros detrás de ella estaba él, tan alto como antes aunque también mucho más canoso. La madre me ha echado un descuidado vistazo mientras iba a por el último escalón que no habían terminado de alcanzar sus hinchadísimos tobillos cuando la he dejado atrás. El hijo me ha mirado tal que si me reconociera y ha hecho un movimiento con el brazo como invitándome a entrar en su puerta abierta, sonriéndome con esa extraña sonrisa que siempre lleva cuando le veo. Una rara mueca que intentaba ser sonrisa ha brotado de mis labios y he seguido hacia delante. Por un momento he pensado si no vendría tras de mi para cogerme del brazo y llevarme a su casa. Pero diez pasos después un culazo embutido en mallas negras se ha bajado de un coche rojo y ha hecho desaparecer de mi cabeza los claros, clarísimos, extraños ojos de ese completo desconocido, de ese hombre que mira con los ojos de un niño, de un niño demasiado pequeño, de un niño que todavía no sabe que está vivo.

La muy madura golfa rubia del culo negro se ha subido a mi acera y la he visto menearlo un rato antes de dejarla también atrás. De cerca no era como parecía de lejos. Hay pocas cosas que mejoren con la cercanía.

En la puerta de la iglesia dos pobres han recibido un ramo de flores de manos del encargado, no sé como les llaman, pero sí que su padre también hacía lo mismo y que el hijo es aún peor que lo fue él, que no fue poco. "¿Flores para los pobres?" La iglesia de Francisco es como el ciego del jovencito Frankenstein.

Una muchacha ha pasado de largo ante Dios y todos los que por ahí andábamos, quietos y parados, todos feos o, si se quiere, no guapos. Iba vestida con un ligero vestido claro que su larga melena ocultaba por detrás; las gafas negras y la piel levemente tostada, como miel derramada a fuego lento, como caramelo ya ligado; tobillos finos paseaban unas leves sandalias con los deditos pintados de rojo. Y una bonita cara que no miraba a nadie que la estuviera mirando. Doblé otra esquina y ella siguió bien recta por el otro lado de la calle.

En esta, a su mitad, oí una puerta que se abría para enseñarnos unas piernas que se bajaban de un coche blanco. Al ver lo que salía a continuación he pensado que la joven iba a tener una vida de película de sábado por la tarde en Antena 3: una bonita casa, un atractivo marido, una pareja de hijos preciosos e inteligentes y quizá algún lío con su arrebatador profesor de paddle. Me he girado para verla por última vez antes de perderla de vista. Caminaba como si mucha gente la estuviera esperando con una bonita sonrisa en sus bocas.

Así iba yo, viendo la vida que ella va a tener, cuando ya llegando a casa he visto como se acercaba un gran carrito con alguien demasiado grande dentro. Ya más cerca, sin nadie entre nosotros, ha emergido una muchachita de unos doce o trece años que iba contraída y con una espantosa mueca en su cara dentro del coche que empujaba su abuelo, un hombre grande y cabizbajo. Un par de pasos por detrás de la estrecha acera, caminaba la abuela.

Y al pasar junto a esta criatura sus ojos han buscado los míos que no querían verla.


Todavía estoy temblando.


MATE PASTOR

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- Jajaja - me reí.

Un tipo acababa de contar en un foro que iba a empezar a hacer la dieta del nigga:

Blabla...comer pollo frito...blabla...fumar yerba...blabla...hip-hop...blabla...14 o 16 horas diarias durmiendo...

Jajaja...Quince horas diarias de buen dormir. Nadie duerme tanto si lo hace mal. Quince horas...Me acordé de aquel informe científico, otro, ese que dice que pones a un negro solo en una habitación sin estímulos y se duerme en cero coma dos.

Jajaja...

Coño.

Cuando desperté por segunda vez, la definitiva, el sueño de la primera todavía seguía allí: apenas había dormido cinco horas juntando los dos asaltos. Había sido tan fuerte que no pude olvidarlo ni volviéndome a dormir.

Y eso que fue un pimpán, despertarme y dormirme otra vez...pero se quedó conmigo. Aún dos horas después, ya con una de paseo muy matutino, no se me iba de la puta cabeza. Quité al mierda de Radio Clásica y su francofilia de hoy y puse el BBC de los Zeppelin a toda hostia. Inmigrant song, tan cruda como una naranja metálica, consiguió disipar la nube que, todavía, tiene poder para asfixiarme desde el reciente actimel hasta el viejo diente de ajo que, por cierto, hoy no me he comido.

Quince minutos después llegué a casa con Good times, bad times en modo aleatorio.

Siempre me gustó así: a lo que salga de lo que me guste.

Me cambié las ropas exteriores, me rocié con desodorante y, con todo el tiempo que me ha faltado desde marzo, más o menos, me fui al bar no sin antes parar en la frutería del moro.

- ¿Tienes los limones gordos?
- NO, AMIGO...¡NO HAY, NO HAY...!

Ya van dos semanas que me asegura tenerlos para el finde y no los tiene.

- MUUU CAROS, MUUU CAROS, AMIGO...
- Me da igual, traémelos. Una caja.

Y no la trae.

- ¡NO HAY, NO HAY!

Hijoputa.

Bah, que ten den por culo.

- Te dejo esto aquí mientras hago la compra -le dije una tarde de descanso.
- ¿Y esto? -me preguntó al ir a pagar las bolsas con sus tomates, sus manzanas, sus limones y sus naranjas sobre el cuchitril que tiene por mostrador.
- Miel. Miel de la buena.

No hacía ni quince minutos que la había comprado en la tienda pija, una que lleva una obesa que parece asustarse cada vez que entro, aunque ya menos. Cosas de comprar las cosas cuando vienes de andar las montañas del pueblo. Y ahora que lo pienso...ná, ni yendo de frac. En la mirada no llevo más que cinco horas de regular sueño. Y eso con suerte.

- Ahhh...-dijo el moro
- Es cara, pero es buena -dije yo
- ¿Cuanto?
- Doce euros. El kilo.
- ¿Donde la ha comprado? -preguntó admirando esa obra de arte que contenía a ese don de Dios.
- Allí, en una tienda al lao del Cristo de...
- Ahhh...En mi país, la miel, trenta euro kilo.
- ¿Quieres que te traiga uno la próxima vez?
- Sí. Por favor -y pensé que si la gorda me mira como a un salvaje a este lo miraría como a un moro. Acepté.

Y a la semana siguiente la tenía allí.

- Muuuchas gracias.
- De nada.
- ¿Cuanto?
- Doce euros

Le di el ticket.

Su hija pequeña, una niña muy blanquita de apenas ocho o nueve años, me miraba sonriendo sus grandes ojos negros. Le hice una carantoña y me fui para la cercana casa del sol poniente. La mía.

La tarde ha pasado como ese primer gin-tonic retardado, reposado por la obligación: no recuerdo haber echado un primer trago mejor. Qué rico.

Muy a gusto he estado con todos los pocos que luego han sido, hasta mezclando mis bebidas; ora gin, ora whisky y ora cerveza, ora que te ora, error de principiante, pero ya soy veterano y no hay más tiempo para cambiar lo de siempre.

- ¿Ajedrez? -me preguntó uno que ya iba un poco tostaete.
- Ajedrez -respondí desde el ordenador- Las Olimpiadas -no le dije de Tromso porque no le estallara el cabezón.
- Yo jugué en el equipo provincial, de chico...Jugamos por el título de Castilla la Mancha...No sabía hacer más que el mate pastor...¿se llama así, no?
- Sí (oh, Dios Santo...¿qué has hecho conmigo?)

Fui al water. Meé. Miré en el lavabo. Podría haberme hecho un chino con los restos de la antigua estrella del ajedrez manchego. Pasé.

Y viendo la partida entre Caruana y Carlsen leí un comentario en inglés sobre lo que acababa de hacer Grischuk, el segundo tablero ruso.

¡Qué partida!...qué partida...qué manera de jugar al ajedrez...

Al salir del bar vi a un escuchimizado cuarentón del terreno, andando, musitando al aire, sin auriculares, mientras acariciaba los setos de un jardín que no era suyo. Unos pasos por detrás, dos gitanas, madre e hija, enormes ambas dos, hablaban a gritos mientras la más gorda de ellas empujaba el carrito de la carne de su carne como si fuera otro melón.

Ya en el 24 horas me atendió la chica jovencita, la que sonríe como si todavía fuera demasiado joven como para parecer zombi. Pagué y no me sonrió como otras veces: la gobernanta estaba escondida al cargo de la registradora. Y me fui sin tontear demasiado.

Dos piernazas del este de Europa, dos columnas que no tenían veinte años, emergieron como la apertura Orangután a los ojos de Botvinnik.

- Oh, Dios Santo...

Reconocí al tipo que estaba sentado al volante del coche grande. Un niño pijo de cincuenta años, gordaco, bribón e hijo de puta, pero con dinero

- Oh, Dios Santo...


Oh, Señor...


Al menos nos dejas a Grischuk.


En verdad que tus caminos son más inexcrutables que la variante de los cuatro peones en la defensa de Alekhine.


Dormir...soñar...


Dame mi parte, padrecito.


Dame mi parte buena, coño.



SICILIANA. CERRADA

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Hay pocas cosas mejores que borrar en al amanecer dominical las huellas de una larga y productiva noche saturnina.

Llegas al bar después de comprar los periódicos en el kiosko de esa mujer agotada, aparcas en la sombra que alcanzará el mediodía y ves los restos de la fiesta en forma de colillas a medio aplastar, pajas multicoloreadas y algún que otro vaso de cristal escondido tras las plantas de los maceteros, los últimos superviviente de la recogevasos. O penúltimos, que siempre encuentro alguno cuando doblo la esquina para sacar la basura del final de la madrugada.

Abro la puerta, recojo el periódico local y obligatorio a mis pies, miro el piso y según la mierda que vea en él sé si la cosa ha ido de puta madre o bien; aunque ahora, en verano, no es tan determinante: el rastro está afuera. Y la acera de hoy tenía la mierda suficiente como para vislumbrar el oro de los manchegos, esos tipos que tienen que meterse bajo tierra para ver el agua: de ahí que nos inventemos a nuestras ninfas, casi siempre aldonzas. Y no estoy hablando de la belleza que, haberla, hayla.

He leído tanto que ya no sé si escribo yo o combino las cosas de lo leído. Yo, si soy algo, soy un combinador, un ordenador de todo lo asimilado; mal o bien, pero mezclador. Un coctelero, vamos, a pesar de pasar de ellos: "Eso, cuando llegue mi hermano" Yo, no. Esto con esto y eso con eso, lo normal, lo de siempre, que para mezclar ya tengo mi pobre cabeza. Y mis años.

Digo esto porque hace no tanto vi otro estudio "científico" donde se decía que la música no es que ablande a las fieras, no, sino que ordena hasta el agua: tú le pones Rage Against the Machine a una gota de agua en el microscopio y parece un cuadro de un burro; le pones a Mozart y adivinas a las Meninas Acuáticas. Y yo, mozartiano siempre y hasta su lejana muerte, es lo que hago después de bajar los toldos: Spotify, The best of..., aleatorio. Siendo todo bueno, ¿para qué ponerlo en el orden de otro? Cuando yo, tiempo ha, grababa mis cintas preferidas metía los títulos de las canciones que me gustaban en un vaso; después los removía con los ojos muy cerrados y las iba sacando: "¿Esta? pues esta" Y en ese orden las grababa. Y así hasta que me cansaba de la selección y hacía otra.

Siempre he tenido más gusto por lo que imagino que por lo que veo. ¿Error? Bueno, ya se verá. Yo ya no puedo ser de otra manera. ¿Alguna vez ha habido alguien que haya dejado de ser lo que ha ido siendo? La vida es una partida de ajedrez. Y ya puedes haber hecho la apertura conforme al libro que en el medio juego no hay más teoría. Y el final ya se sabe...mate. La clave de la vida, de tu vida, está cuando empiezas a combinar por ti mismo; tal que un Tal de la vida: "esta jugada es mala contra este jugador, pero está apurado de tiempo y va a meter la pata seguro..." Y metía la pata y ganaba. "La combinación de Tal era errónea" decían las ratas del ajedrez tres meses después, demostrando la falsedad de la belleza que él había creado en dos horas...Y fue campeón del mundo durante un año y hoy todos los aficionados del mundo le recuerdan más que a Botvinnik, ese tío que llevó la corona durante quince años y educó a toda la escuela soviética de ajedrez, Karpov y Kasparov incluidos.

La Belleza efímera, inconcebible, rota, tramposa, como todas...¿pero quien puede vivir como un robot? ¿quien como Dios? ¿acaso Él es más interesante que uno de nuestros iguales, que una de sus criaturas? ¿puedo yo abrir las aguas de un riachuelo ridículo para no empaparme los sudados calcetines mientras pongo otro nuevo rumbo hacia la montaña más alta que ven mis ojos alumbrados por un sol estremecedor? ¿es educado pedirle lumbre a quien está quemado? ¿es justo? ¿es noble jugar así, a ciegas, como si todos los demás fueran subnormales? Ah...No hay mayor desprecio que no recibir el suficiente aprecio.

No hay juego cuando todo está marcado desde el principio.

Mozart, Mozart...el Tal de la música, el dios de los aficionados: "Bach es Dios y Beethoven su Hijo" dicen los que saben.

¡Oh, Cthulhu...! Yo sólo sé que me gusta y me hace sonreír. No tengo ni puta idea, pero sé que quiero morir escuchando su música.

No así al bar, que hace dos semanas desde que cambiamos el ordenador y todavía no sé como controlarlo.

- ¿Y esta puta mierda de los cojones? -llevo diciéndome los dos últimos domingos: no sé si está apagado, encendido o qué pollas le pasa. Y como voy tan justo de tiempo no me entretengo mucho más en mi intento de desinfectar las malas vibraciones acústicas de la noche anterior. No por nada; nuestro bar tampoco es Sábado Sensacional, no, nada de eso...Música moderna, de ahora, para que bailen las chicas y tal, pero así en plan moderno, también hay maricones por ahí, o gays, como haya que llamarlos. Yo, a esas febriles horas del sábado noche, procuro estar durmiendo; con el teléfono encendido, claro. El hermano mayor...Como Fredo con Moe Green.

Encendí la tele de la barra para que hiciera ruido y emergió el último superviviente, un tipo que se come hasta los ojos de una vaca muerta.

Barrí los pocos restos que no había barrido uno de mis hermanos pequeños, fregué el suelo y coloqué todo el material sobrante de la noche. Después trasvasé la mayor parte del mobiliario de un sitio a otro, la parte más difícil, pero es la que sobra si tienes la clientela suficiente como para convertirse en una molestia. Extendí la pequeña terraza, me puse al arroz y, entre tanto, preparé algunos aperitivos dela vieja escuela con un pequeño toquecito.

Todo estaba en su sitio y a su hora.

Cuando volví a mirar la tele vi a un par de gilipollas en Sri Lanka diciendo lo malo que es estar en Sri Lanka.

Puse Radio3 para dar ambiente y pareció como si emitieran desde Sri Lanka.

En la radio de Spotyfi, en los tres o cuatro canales que controlo cuando por fin se despierta, no sonaba nada más que mierda.


De tal manera que dieron las tres como si hubieran sido las doce y me decidí a poner lo mío.


Led Zeppelin, BBC Sessions.


A tomar por culo.


- ¿Qué tienes puesto, Kufisto? -me preguntó una carruselera divorciada con premio ya a ocho años de caducidad y a las puertas del tren de la bruja
- Led Zeppelin

Andaban en mitad del Dazed and Confused, cuando Jimmy saca el arco de violín.

- Joder
- Espera, coño, que ahora empieza la tralla
- Pon la tele o algo...

La gente viva se agobia enseguida. La gente viva no puede comprender lo muerto.


Se fueron a follar. Volvieron.


Y ya se habían ido por segunda vez cuando entró una madre con su hijita, una cosita que todavía no tiene dos años, pero tan hermosa e inocente como para hacer el anti-kufisto con toda tu alma.


Le puse los dibujos animados de Clan Televisión para que se comiera su potito de la media tarde; no sé por donde iba el BBC de los cojones.


Tuvo tiempo para cagarse encima antes de mi marcha.


No le importó tanto como a su madre, esa mujer fuerte, esa hembraza, ese dibujo de Crumb.


- Dime adiós, preciosa.
- Adós.


Y el círculo se ha cerrado.


Otra vez.


Un día más.


Suficiente.




EL MUNDO COMO MI REPRESENTACIÓN

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"Citando a Schopenhauer en su libro El mundo como representación..."

Le di al botón y saltó el Hot Rats de Frank Zappa; creo que el quinto corte, ya no me acuerdo...Reconozco al primero, ese que parece la banda sonora de una porno-yanki de los ochenta; todos los demás me suenan a Radio Clásica cuando no está Mozart: no molestan. Arranqué el coche y puse rumbo a casa.

- Ya vasss - le había dicho a una cuarentona disfrazada de deportista que lleva seis meses sin fumar.
- Jajaja...No, vengo de hacer pilates
- ¿Y ahora vas para el gimnasio?
- Nooo, jajaja...Los lunes y los miércoles al gimnasio, y los martes y los jueves...
- Ahhh...a lo de Madel, ¿no?
- Sí, hay que quitar esto, jajaja -y se ha cogido con la mano libre las mollejas de su incipiente panza seca por los siglos de los siglos-
- Jajaja...Bueno...adiós
- Adiós, jajaja...

"Todavía tiene un polvo" pensé al oír el nombre de Schopenhauer, "pero si esta, que prácticamente era anoréxica, ha engordado al dejarlo...yo me pondría como una ballena azul varada"

Hice el segundo stop y pensé en lo que había hablado con Pepe, ese hombre que no sabe vivir sin una mujer a su lado.

- Yo es que no puedo vivir sin una mujer, Kufisto -me dijo una tarde, años ha, en la que extrañamente se le soltó la lengua, pues es lo más cerca que he estado de conocer a un enfermo de Asperger.

Diez años mayor que yo, igual de atractivo que una acelga revuelta en coliflor, se casó por segunda vez con una mujer de metro cincuenta, cien kilos de peso, mala salud y hermana de ex-presidiario.

- Ya, Pepe...
- No puedo vivir sin una mujer, Kufisto...
- Ya...

Fueron al bar después del casamiento civil, antes de la celebración...Ella se había vestido de blanco; era su primera vez y tenía quince años menos que él:

- ¡Qué guapa estás! -le dije besándola
- Jijiji...gracias, Kufisto

Hubiera tenido tiempo de meterme en la circulación de haber visto bien el intermitente de quien venía, pero estaba recordando los viejos tiempos acabados de rememorar con Pepe mientras bebíamos nuestras copas. Otras marcas de bebida, otra clase de garitos, otra clase de gente.

- Yo empecé a trabajar -me ha dicho- cuando abrieron el A..., en el 82, con 14 años. Entonces era lo mejor de la comarca.
- Sí...me acuerdo de después, de cuando yo empecé a salir...Aquello era lo mejor.
- Entonces se pagaba por entrar, sin consumición; las tías también.
- ¿Sí?
- Sí...pagaban menos, pero pagaban.

Hemos hablado de aquellos garitos, de aquellas bebidas, de aquellos licores, de aquellas combinaciones más muertas que el legado de Siegbert Tarrasch...

Un buen rato. Nadie nos ha escuchado.

Finalmente entré mi coche a derechas y enseguida me metí a izquierdas. Todo a izquierdas. Hasta mi cochera, que es a derechas.

Estaba abierta y recordé al guardia civil del café de la tarde, un tipo que ya sólo vive para su único hijo, a cero coma de entrar en la adolescencia:

- Este hijoputa -dijo refiriéndose al hijoputa que drogaba a las criaturas para abusar de ellas- este cabrón, este mierda...
- Ya...
- Esto es pá matarlo, de verdad, Kufisto...
- Sí

Luego me ha comentado que una niña de catorce años se había tirado por un acantilado al no poder soportar las putadas de sus compañeras de clase.

- No jodas

Le he cogido el periódico y he leído la noticia.

La cosa había pasado el año pasado, sólo que ahora salía la madre denunciando todo eso.

- Oh, Dios -he dicho de verdad

No puedo con eso. No puedo con quien se quita toda la vida; aunque aguanto a quien se quita la poca muerte.

- Oh, Dios, joder...catorce años...
- Las niñas son peores que los niños, Kufisto...Los chicos se enfadan y se pegan y al rato se ha olvidado, o casi; pero las niñas, estas niñas...
- Ya
- Mi hijo...
- Sí

Bajé la rampa de la cochera y vi que no podía entrar a ella: otro coche estaba interrumpiendo mi paso. Enseguida llegó su amo para quitarlo; un vecino tartaja que se machaca con la bici ahora que no tiene nada que hacer más que alimentar a una mujer y a un par de criaturas.

- Perdón, Kufisto, per-perdón...
- Nada, coño, nada...

Tuve que ir hasta el final y rodeé sus columnas a buena marcha, con seguridad, como me gusta hacerlo aunque falle a veces. Regresé y aparqué como quien ve una partida de Leko.

- ¿Como va eso? -le dije al bajarme del coche-
- Bien, Ku-Kufisto, bien...
- Venga, hasta mañana
- Hasta ma-ma-ñana, Kufis


Llamé al ascensor.


E intenté no olvidar la obra de Schopenhauer.



EL SALTAMONTES VALIENTE

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El viejo saltamontes, grande y ya mucho más gris que verde, yacía sobre la estrecha acera mirando hacia arriba con sus grandes ojos negros, tanto como los de la moribunda mosca de aquella película.

Evité pisarlo en el último momento, en el mismo que le vi, extrañado porque no hiciera ni el amago de saltar un vulgar zapato, uno de tantos, uno que venía de hollar la tierra del cercano cementerio, sorprendentemente libre de gatos en busca de este sol que parece haber regresado a septiembre, como si no quisiera llevarnos hacia el difunto noviembre que a todos nos espera a la vuelta de la esquina de siempre, fría y oscura, vacía y silenciosa, decadente, mortecina a la espera de las luces de la Navidad, tan cálidas antes y tan asfixiantes ahora, cuando el fuego de tu alma cada vez tiene a menos dispuestos a echarle troncos para avivarlo, cuando tu hoguera sigue siendo la misma que te encontraste, ya con poca madera que quemar y a no mucho de transformarse en brasas, en cenizas, en humo y en polvo.

El viejo saltamontes, grande y ya mucho más gris que verde, había abandonado el campo a la espalda de la acera de enfrente, lleno de bichejos muertos por los primeros fríos pasados. Pero él no es tan pequeño: él necesita un poco más de tiempo frío para morir.


Y hoy, que ha salido un sol que ya habíamos enterrado, el viejo saltamontes, grande y ya mucho más gris que verde, ha decidido que era mejor irse de este mundo entre los vivos que entre los muertos.


A lo mejor ya lo está. O no. Quizá esté pensando que no todos somos tan malos como su instinto le decía, tan maximalista como todos los instintos que en el mundo han sido. Quizá, por fin, esté tranquilo y sereno, a la espera de un descuidado pisotón del que quizá se haya olvidado. Quizá su instinto ya esté muerto. Quizá ya es libre. Quizá dé gracias de todo corazón por haber dejado de necesitar montes que saltar y zapatos que evitar. Quizá, en estos últimos instantes de su vida, esté dando gracias a su dios por haberle permitido llegar hasta el otro lado de la calle para estar un ratito entre el mundo que siempre evitó.


No es tan malo.


Y yo no le he matado y me ha dado un poco de calor.


Ese pequeño y valiente saltamontes ha echado su leño en este sucedáneo de hoguera mía que ya languidecía asfixiada entre las brasas.


VACACIONES EN LA BIBLIOTECA DEL PUEBLO

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Hoy ha amanecido malo y he decidido ir a la biblioteca en lugar de a pasear. Tampoco yo estaba muy bueno y no era cuestión de tentar la suerte al comienzo de mis vacaciones. En el coche, frente a la gran puerta de entrada, he apurado el primer cigarrillo del día al son de la segunda escucha del Bullet in the head. No muy fuerte, eso sí.

Una vez dentro he visto a un conocido drogólogo ya cerca de la cincuentena ejerciendo de bibliotecario. Él no me ha visto a mi y he dirigido mis pasos hacia la sala secundaria. Allí todavía no había nadie. He dejado mi cuaderno y mi botellita de agua en un sitio bien iluminado, junto a una de las ventanas; me he quitado el abrigo, lo he colgado en la silla correspondiente y he ido a buscar algo que leer en la otra sala. Al regresar, ya tenía compañía al otro lado de la mesa: unos asientos más allá emergía la ácida expresión facial de una cuarentina con aspecto de opositora.

No he tardado mucho en abandonar la casposa lectura religiosa por la de una biografía de Nietzsche. Y ha sido entonces cuando justo enfrente de mi se ha sentado una chica joven aunque ya un tanto ajada, con gafas de color y no del todo fea. Ha extraído de su mochila una especie de atrio de madera que me ha hecho recordar a Sánchez Dragó, un bidón de agua con la leyenda Tú puedes pintada sobre él y muchos otros enseres y abalorios a los que ya no he prestado atención habiendo visto lo visto. De hecho, me he levantado para ir al water; aunque a lo mejor ha sido más para dejarle el suficiente espacio vital y visual como para que no se sintiera del todo incómoda. Quizá ese fuera "su" sitio de todos los días y yo el tío raro y feo que empezaba a joderle su maravilloso día con mi presencia.

A la vuelta he pillado de una de las estanterías el tercer tomo de las partidas selectas de Botvinnik; lo recordaba de muchos años atrás, cuando el asiduo era yo y el bibliotecario era otro muy diferente al de ahora. Leyendo el magnífico prefacio estaba, absorto por la concisión de su vocabulario, pensando que un hombre escribe de ajedrez como juega al ajedrez, cuando ha emergido una gran voz entre el silencio que allí habitaba:

- ¿VAIS A ESTAR ASÍ TODA LA MAÑANA? -ha gritado la Opositora girándose hacia dos muchachos que tres o cuatro filas detrás habían cuchicheado quizá durante 20 segundos- ¡ALGUNAS VENIMOS AQUÍ A ESTUDIAR! -ha sentenciado desafiante bajo sus gafas de color.

Los chicos se han callado y yo he mirado el equipaje de la tronante: un bidón exactamente igual que la chica que yo tenía enfrente, con la misma leyenda, con ese jodido Tú puedes y un libraco lleno de post-it (creo que se llaman así) de diferentes colores pegados sobre sus páginas, muy subrayadas a rotulador, cada cual más chillón.

Poco después ha sonado la primera alarma de mi móvil, la he apagado al instante y he salido a fumarme medio cigarrillo refugiado en el coche. He vuelto a poner la misma canción y he regresado a mi sitio.

Recordando la única partida que Botvinnik jugó con Fischer hacia ella me han llevado mis dedos sin necesidad de pasar por el índice: sé el año y Botvinnik ya no jugaba mucho por entonces. La he encontrado sin ninguna dificultad. Qué gusto da leer cosas buenas.

Andaba por el eventual sacrificio de dama fischeriano ("no me lo esperaba", reconoce con justicia Botvinnik) cuando en mi teléfono ha saltado Bonham y su loca batería de Rock n´roll. Esa es mi segunda alarma. No me sirven de nada, yo me despierto mucho antes, pero no las quito por pereza y porque no me disgustan del todo. La he apagado al momento, sorprendido de que sonara a pesar de haberle quitado el volumen al móvil cuando se activó la primera. Nadie ha dicho nada. Ha sido cosa de poco y no tengo buena cara. Tampoco sé mucho de teléfonos.

Y viendo el final de aquella mítica partida, leyendo al viejo y enterrado Misha, su elegante sorna con la que nos habla de la reacción del joven y enterrado Fischer, no he podido dejar escapar una leve sonrisa un tanto sonora.

Al levantar la cabeza he visto fugazmente que la chica del otro lado no miraba a través de sus lentes, sino sobre ellas. Entonces ha enfocado los ojos hacia su bonito atrio de madera. He recogido mi cuaderno, mi teléfono, mi botella de agua vacía y los libros de los otros.


En la calle seguía lloviendo. En el coche seguía Bullet in the head.


Hacía frío en casa. He puesto el brasero del sofá. El gato ha venido enseguida. Hemos estado viendo lo que había afuera.


Las gotas de fina lluvia se deslizaban torpemente hacia el quicio de mi ventanal, como si les gustara quien estaba mirándolas.


Suerte tardó cero coma dos en quedarse profundamente frito. Lo sé aunque no lo vea. Uno sabe que el otro duerme por el ruido que hace al hacerlo, no porque lo vea con los ojos cerrados.


Hice lo que pude para no despertarle: estaba a punto de empezar las tercera partida del Campeonato del Mundo de Ajedrez.


Pero no fue suficiente.


Gruñó, pegó un salto y se fue a su habitación.


Al menos ganó Anand.


Todavía hay match.


Todavía hay match...




UN RELÁMPAGO EN EL CAMINO

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Eran hojas, todavía verdes, lo que refulgía sobre la húmeda tierra. El sol de la mañana estaba en ese punto de su camino donde hace ver cristales en lugar de hojas al adormecido caminante, todavía triste por los escurridizos sueños de la noche pasada.

Las hojas, pegadas a la tierra mojada por el agua de la lluvia pasada, recuperaban el color de su naturaleza ha medida que el extrañado caminante se acercaba. Eran hojas muertas y no un mar de botellas rotas lo que había vislumbrado tiempo atrás.

El cabizbajo caminante, resguardándose aún más del molesto viento que sólo para él parecía estar, pasó a través de ellas sin cuidado de no pisarlas. Allí, entre ellas, vio como dejaban de brillar a su paso. Miró al sol del cielo por primera vez en lo que iba de día; y pensó que en otros lugares, demasiado lejanos para el espacio de un solitario caminante, aquella luz estaría en ese punto del tiempo donde todas las cosas son lo que parecen.

Nada ni nadie había borrado las huellas de ayer, muy marcadas, quizá demasiado, para el exceso de tinta simpática de quien camina sin buscar nada ni nadie.

A un lado del camino, puede que en el derecho, el caminante oyó cantar desde alguno de los árboles a un pájaro que no vio; y pensó que habría más, muchísimos más, que estarían callados; y también pensó que quizá, si hubiera ido a la búsqueda del que cantaba, seguramente habría espantado a quienes silenciosos estaban. Y yendo más allá se preguntó si aún dando con él hubiera podido asegurar que era ese y no otro aquel que oyó tiempo atrás.


Entonces el viento se hizo para todos y empujó hacia el cielo a miles de pájaros que chillando como locos volaban hacia ninguna parte bajo ese azul dorado que muy pronto estaría otra vez tan negro como el árbol abrasado por el rayo.


LA RESPUESTA ESTÁ EN EL VIENTO

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- ¿Dylan? ¡Dylan era la hostia...! ¿Tú lo has visto cantar siendo un crío, en las universidades, con el público absorto con lo que decía un chaval de 18 años?...En Youtube hay vídeos de eso
- Ya -dije yo- pero a mi el que me gusta es el que viene a partir de Love and Theft 
- Sí, bueno...pero aquello que te digo era tremendo.

Hoy me he enterado de que nació en 1950; no Dylan, sino mi amigo al que le gustaba Dylan.

Aquella tarde fue la primera vez que hablamos de algo. Lo conocía como a tantos otros que vienen por el bar: hola, holauncafé, comoloquieres, solo. No le echaba azúcar. Siempre me encontraba el sobre entero cuando recogía su servicio. Supongo que dejaría de ponérselo a la cuarta o quinta vez. O quizá no. O quizá siempre se lo puse. Resulta complicado dejar de poner el sobre del azúcar en el platillo del café.

Una tarde de hace un par de años lo vi bajar por la otra acera; hacía un mes que no venía por nuestro bar. Me extrañó. Apuré mi cigarrillo y por un momento pensé si le habría dicho alguna vez algo que le molestara.

Volvió al cabo de unos días.

- ¡Hombre!
- Kufistooo...

Había estado ingresado en el Hospital. Dos semanas, "cosa de los pulmones" o algo así, creo recordar...No tengo buena memoria para lo malo. Se quitó de fumar.

Otra un poco más tarde se salió conmigo para continuar nuestra conversación musical en la puerta del bar. Y mientras me fumaba un pito no sé porqué le pregunté a qué se dedicaba.

- ¿Y tú qué haces?
- Soy pintor
- ¿Pintor de pintor?
- Pintor. Pinto cuadros.

Y se sonrió.

Estuve a punto de decirle que yo era escritor; escritor de escritor. Pero no llegué a hacerlo. Nunca.

Esa misma noche miré en Internet por su obra: había expuesto en Madrid, Barcelona, Marbella...De esta última había un vídeo colgado en Youtube: ahí estaba él, rodeado de gente guapa, de mujeres estupendamente operadas; una madura princesa alemana (Marbella debe de tener el récord de princesas sin Reino), absolutamente follable, cortaba riente una especie de banda de esas que cortan los Reyes cuando inauguran algo. Un tipo joven, con aspecto de contertulio de Parada, absolutamente amariconao, la abrazaba amorosamente por lo bien que lo había hecho. Después salían más tías buenas, todas operadas, o lo parecían; gente de dinero, de pasta...Estaba hasta el Kashogi, ese cabrón.

- ¡Hostia! -le dije al otro día- ¿este es el de la Melody?
- Sí, ese es.
- Joder...¿Y te tiraste a alguna de esas perras?
- No, jajaja...
- ¿Vendiste algo?
- Sí...

Poco después me invitó a ir a su estudio, muy cercano al bar: "Pásate una tarde y lo ves" me dijo. "Claro" respondí. Jamás fui.

Recuerdo que otra tarde, una de esas en que ya éramos amigos, un tanto cansado por no preguntarle sobre su oficio, lo hice de Picasso, otro que no entiendo.

- ¿Y qué te parece?
- Oh, un genio. Un genio total
- ¿Y eso?
- Porque fue un tío que creó algo nuevo.
- Pero yo no sé...Yo veo a Velázquez y lo entiendo. O a Rembrandt, que una vez lo vi en el Museo del Prado...Pero Picasso...no sé
- Para pintar como Picasso -dijo él- hay que saber pintar como Velázquez. ¿Has visto sus cuadros de juventud, cuando todavía estaba en Málaga, o en Barcelona?
- No
- Pues ahí ya lo tenía, ya pintaba como él.
- ¿Y Dalí?
- Jajaja...ese fue un bluff, un producto de mercadotecnia...Si te fijas bien en sus cuadros ves que están llenos de fallos. No tenía técnica ninguna. Sólo fue que se vendó bien.

También le gustaba mucho la música; la música moderna: el jazz, sones iberoamericanos, el rap más actual cantado en español, los Beatles, Dylan, bandas de hoy en día...estaba puesto en el tema "Pon esto, Kufisto" Y lo ponía en el Spotify y me quedaba a cuadros cuando oía esas constantes rimas (certeras, sí, pero agotadoras) celebradas por un tío de sesenta años.


Ayer terminé mi turno con la reserva en sus mínimos. La noche anterior (mi día libre) me chispé tontamente en casa a base de vino y de whisky, la peor de las mezclas, aunque no tanto como cuando te la preparas tú y no los demás: uno no sabe lo que es beber hasta que empieza a hacerlo en casa. Me duché, me afeité, me desayuné y un rato después no había más que un cierto cansancio. Ni rastro de ganas por bombardear el mundo entero con todos sus hijos de puta dentro.

En ningún sitio como en casa.

Pero vamos, que a eso de las siete de la tarde ya estaba bastante cansaete...Llegó mi hermano, fuíme y comí algo de lo que no había comido durante todo el día.

Y entonces, por puro aburrimiento, por no ponerme El Resplandor por tercera vez en cuatro días, por no dormirme antes de tiempo, por no despertar en mitad de la noche, puse una peli-documental sobre Bach que un amigo me había aconsejado en la Red.

No me gusta Bach. No me gusta lo suficiente.

Con todo, hice el esfuerzo. Y ellos no hacían más que cantar, y venga cantar, y más cantar, y cantar y cantar...A mi me gusta la música.

Por tres veces estuve a punto de quitarla, pero me detuvo mi abotargamiento y las narices de su mujer: siempre me han gustado las mujeres de narices prominentes,

Y en el mismo momento en el que empezaron a salir los títulos de crédito del tostón sonó el himno soviético en mi teléfono, tan raro que casi me había olvidado de él:

- Kufisto -dijo mi hermano con voz que me mosqueó- ¿te has enterao?
- ¿De qué?
- Se ha muerto Gio...Se ahorcó el domingo...Lo han enterrado esta mañana...
- ¿Qué?
- Sí...
- ¡Pero si estuvo aquí por la mañana!
- Y por la noche también...


- ¿Como va eso, Kufisto?
- Bien, joder, bien...Prueba el guiso que acabo de hacer
- Venga


¿Dylan? ¡Dylan era la hostia!


Lo siento, Gio.


Lo siento mucho.


VISLUMBRANDO A LLOYD

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"A ver como se lo digo..." pensé mientras le cambiaba su billete en monedas con las que jugar al futbolín.

- Tienes que darle fuerte al chisme (no dije pitorro) para que salgan las pelotas, ¿vale?. Hasta el fondo.
- Vale. Hasta el fondo. Te llamo si tengo problemas -respondió sonriéndome otra vez; como antes, cuando salió a fumar mientras yo estaba fumando con un amigo.

- Me pones un Barceló con cocacola cuando pases, ¿vale? -me dijo yéndose un poco más allá.
- Vale - respondí sorprendido de que una muchacha como esa me hablara con una sonrisa como aquella.

La miramos caminar hacia el futbolín.

- Joder -dijo mi amigo
- Sí -dije yo- Y pensar que podría ser su padre...
- Jajaja...Pero te arreglaba el cuerpo esta noche
- Sí que me lo arreglaba, sí...Y la cabeza
- Jajaja

No hacía una hora, poco antes de la llegada de mi viejo colega, a eso de las cinco, cuando andaba poniendo las primeras copas de la tarde, que me había invadido una sensación de tristeza tal que durante un instante (sólo eso) tuve ganas de coger la puerta e irme a casa sin decirle nada a nadie.

"Oh, Dios...todavía me quedan dos horas..." pensé mirando al reloj de la pared que estaba a mi espalda. A un lado, las botellas; y enfrente la televisión no hacía sino mostrar silenciosamente mucho de lo que me saca de quicio. Ya había quitado a Dylan para poner la emisora indie. Hoy es día de cenas de empresa. Y de comidas. Y, después de todo, las chicas sólo quieren pasárselo bien.

Un grupo de diez, mitad y mitad, acababan de abrir el melón. Uno de ellos, un buen chico, el que fijo había llevado a todos allí, me enseñó una foto con su entrada para ver a los Kiss en Madrid.

- Ya sé que no te van, a mi tampoco, pero oye...Tiene que estar bien
- ¿Cuando es? 
- En junio
- Joder. ¿Y ya están a la venta?
- Vaya...

Para la mierda siempre hay tiempo. Siempre hay tiempo de sobra para la mierda.

"Oh, Dios...tengo que echarme una copa"

Me la bebí mientras ellas chillaban y aporreaban a los muñecos del futbolín como si fueran chulazos de una despedida de soltera.

- Ponme de todo lo que tengas en el gintonic, jajaja -me había dicho la más pequeña, casi una enana, que no podía dejar de hablar y reír.
- A una le eché un ajo una vez y le gustó.
- No, ajo no, jajaja...

¿Cuanto ríe la gente? Aún antes de estos, los primeros después de las cañas, vinieron tres, dos chicas y un chico. A una la conozco desde hace tiempo; prácticamente la he visto convertirse de niña en putón. Siempre está riendo: "¿Qué quieres?", "Jajaja, un café", "¿Como lo quieres?", "Jajaja, cortado, jajaja" Está con uno más viejo que yo, uno que pasó un tiempecillo en chirona cuando éramos chavales. Drogas. Hace 20 años largos de aquello. Él me mira como si no quisiera verme. Yo lo miro porque está en mi casa. Y ella ríe y ríe. Y la otra te mira como si no fueras más que otra triste polla de 19 centímetros. Estupendo.

- Jajaja...¿recuerdas aquella noche que nos caímos con la moto? -le he dicho a mi viejo amigo, ya un tanto animado por la tercera copa
- ¿Qué?
- Sí, joder...Hará veintipico años de aquello...

Al final lo recordaba él mejor que yo.


Llevábamos un buen rato callados, bebiendo en silencio, mirando lo menos incómodo, cuando he visto a aquella muchacha salir del water. 


Me ha mirado sin sonreír y se ha sentado con su cuadrilla.


Y poco antes de irme la he visto en los brazos del más imbécil.



ERNESTO Y CHARO

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Charo Gómez acabó por poner a Long Big John a su máxima potencia; hasta ese punto donde parecía tal que si fuera a salírsele por el estómago, como el bicho de aquella película que vio siendo adolescente y que la turbó lo justo y necesario como para conseguir los dos pósters: el de la chica de las braguitas con los brazos en alto tocando los botones del ordenador de la nave y el del monstruo que iba agarrao a esta por fuera.

- ¡¡¡Ohhh...ohhh...OHHH!!! -gritó corriéndose sobre la toalla que hacía de pantalla entre su culo y el cuero negro del sofá.

Finalmente abrió los ojos y, ya un tanto difuminado, vio a Frankie Fever en su televisor: estaba tan bueno como sin difuminar. Puede que mejor, si eso era posible. Y sí, lo era: ella podía pintarlo aún mejor cuando cerraba los ojos y no lo veía con aquellas putillas que tenía por compañeras de casa en Gran Hermano.

Poco a poco, jugueteando con los muros de su vagina, se sacó del coño el gran y rugoso rabo negro de goma.

Por fin, apagó la tele, se fue al water, lavó con mucho jabón a Long Big John, lo secó con la toalla del bidé y se dio una larga y caliente ducha.

- ¡Oh, Frankie...!


Ernesto Iglesias ya no sabía qué ver: había visto tanto que apenas recordaba el sentido correcto de los tornillos. Ya, rabo en mano, optó por un vídeo de teenagers, de las amateurs. Una rubia con aspecto y ojos de cocainómana le hacía una pasional mamada a un chico musculado, tatuado hasta donde antes, no muchos años atrás, empezó a estar su vello púbico. Ernesto se corrió antes que el de la peli. Recogió el semen del suelo con un pañuelo de los mocos, lo tiró al desbordado cubo de la basura, se limpió el capullo con un pedazo de papel higiénico y tiró de la cadena que contenía sus tres o cuatro meadas previas. Meó, dejó la muestra, se cambió de calzoncillos, husmeó los calcetines, se los puso, pilló el resto del vestuario de los días anteriores, algo de pasta del cajón de las sábanas, el ipod, y se fue andando donde las calles sí tienen nombre, apellidos, puertas y luz eléctrica.


- Hola -dijo Ernesto
- Hola, ¿qué vas a tomar? -dijo el camarero
- Un Bacardi con coca cola. Sin hielo y fhfgty...
- Ehhh,..¿en tubo?
- Sí, también. Y sin hielo ni limón.

Eso era algo raro. Muy raro. El camarero lo miró y no vio más que a otro solitario cuarentón, en el caso que no estuviera ya empezando el siguiente -ón, el de vételo pensando, que era lo más probable, aunque nunca se sabe con aquellos que parecen no haber estado nunca de yates, putas y Dom Perignon.


- Holaaa -dijo Charo
- Holaaa -dije yo

Y miró el bar como si no lo reconociera.

- Diferente, ¿eh?
- Sí...Acostumbrada a verlo al mediodía...


Iba con otra cuarentona, una tía fea, dientona, imposible de imaginarla en la cama. O en los aparcamientos de los últimos garitos poligoneros.


Charo tampoco da ni para los arrabales, pero es psicóloga; y aunque tiene más de cuarenta años también parece de esa clase de tías que en la hora adecuada pueden hacer lo que tú quieras por estar un rato contigo.


Cogí mis cosas cuando llegó mi hermano.


Ernesto iba por su tercer Bacardi y Charo por su primer descafeinado.



Y ahora yo voy por mi séptimo cubalibre.



Vale.



LOS PATOS NO COMEN CHURROS

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Se los había guardado durante toda la semana pasada. Creo que fue el miércoles o el jueves cuando lo pensé: "¿Y si el lunes se los echo a los patos?"

Todos los días compro 6 para el bar. Siempre sobran. La gente sigue con miedo. Yo cogía los 4 churros que sobraban y los congelaba por si al día siguiente hacían falta. Nunca pasó. Así que los patos eran una solución más atractiva que la basura. Hay que ir haciendo buenas acciones, no sólo pensarlas.

Hoy dormí lo de dos días. Anoche acabé realmente cansado. Cada vez me pesan más los domingos. Trabajo demasiado.

Terminé por levantarme y me fui de bancos. No entiendo como la gente puede trabajar en esos sitios. Claro que hay mucha gente y no conozco bien a casi nadie. Puede que a nadie.

Comí y volví a dormirme. Me despertó una llamada desconocida. Era la compañía telefónica. Una chica. Le compré un seguro para el móvil.

- "Venga, al parque" -me dije.

Cogí la bolsa de churros descongelados de la mañana, me despedí del gato y marché a darle de comer a los patos.

Apenas había nadie. Eran las 4 y hacía una tarde esplendorosa, brillante, amarilla y azul, de esas que uno ya va apreciando un tanto. Me encaminé hacia donde los patos suelen tomar el sol y sólo vi a unos pocos. Supongo que los demás estarían durmiendo o algo así. Encontré una sombra bajo un buen árbol y hacia allí me fui, imaginando patos volando torpemente hacia mi al tiempo que aullarían como lobos por mis churros descongelados.

Partí un pedazo de uno y lo tiré al agua. Un pato gordo se fue hacia él sin mucho entusiasmo. Lo olisqueó cero coma y se largó por donde había venido. Y yo miré para atrás y a los lados. No vi a  nadie.


Dejé el bolsón colgado de un madero de la cerca y salí de allí.


"Alguien lo aprovechará" pensé.


Afuera el sol brillaba como si todo el mundo estuviera feliz.


Y de mi teléfono salió el Here comes the sun de los Beatles.




SOMEWHERE IN TIME

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Pasé al dormitorio para cambiarme de pantalones una vez que me aseguré de no olvidar lo que iba a hacerme salir de casa por un descuido que cometí al salir por la mañana. Vi el saco colgado y le pegué una rápida serie, no muy fuerte, pero lo suficiente como para hacerlo bailar y darme a pensar si no iba siendo hora de retomar la media que diariamente le dedicaba no hace tanto, aunque esto también es según como se mire en aquello que no sabe el tiempo que le queda por delante. Dudé si empezar en ese mismo instante, continué dudando mientras cogía los pantalones del chándal tirados sobre las viejas zapatillas que yacían encima del bidé y entonces, al mirarme fugazmente en el espejo, fue cuando vi a un pequeño bichejo, diminuto, casi imperceptible, que estaba como absorto con su reflejo. Me acerqué para verlo mejor. Permaneció igual, como si no me viera, como si yo fuera demasiado grande para sus ojos, y otra vez vino a mi cabeza la idea de que hay demasiadas cosas. Tantas que parecen trampas de un juego.

En el salón, ya con el abrigo y la bufanda, a punto de salir, estuve a medio de vendarme las manos y calzarme los guantes. Pero recordé que los excesos físicos en solitario son para cuando levantas anclas, no si andas medio recogiendo las velas. A menos que quieras dormir bien, con la esperanza de estarlo al día siguiente. De todas formas, determiné volver a empezar con aquello en cuanto despertara otra vez.

Y escogiendo una canción, salí a la calle.

Tuve tiempo de mirar al cielo antes que el despistado viejo que se acercaba me preguntara algo; un cielo gris, de nubes troceadas como escamas de pez (o así era la que tenía a la vista), que recibiendo los últimos rayos del sol que me permitía verlas hizo que sintiera como si lo hubiese visto muchas veces, hace muchos años, cuando no miraba más allá de lo que tenía delante, como un burro con anteojeras y trapos en los oídos aún sin tener carro del que tirar ni amo a quien cargar.

Duró poco. Fue extraño. Me crucé con el viejo sabiendo que iba a preguntarme algo. Me preguntó antes de que me quitara los auriculares.

- Perdón, ¿sabe donde está M...? -dijo.
- Sí... -le respondí mirándole bruscamente. Pero de esto me di cuenta al dejarle atrás- Siga caminando...en esta misma acera. Está cerca. Allí.
- Gracias

Otra vez empezó la misma canción mil veces escuchada. No la quité. No me habían dejado oírla bien. Otras veces sí lo había hecho. Pero no tanto como para no tener que volver a ponerla.

Estaba cerca de donde tenía que ir cuando vi algo que apagó mis oídos.

Una mujer estaba limpiando las persianas de su casa, un segundo piso, apoyada de espaldas sobre el alfeizar de la ventana, armada con una especie de manguera, de esas que creo expulsan vapor. Me quedé tan maravillado, tan estupefacto, que poco faltó para que también apagara mis pasos. Y poco antes de perderla de vista, después de mirar otra nube que no reconocí, pensé si no se caería al suelo. No cayó.

"¿Por qué hace eso? ¿para qué? ¿como limpiará la otra mitad?" iba diciéndome mientras cruzaba los últimos pasos de cebra.

Llegué, y mientras esperaba a dejar lo que llevaba me di cuenta de que ese sitio parecía otro totalmente distinto al que yo había dejado media hora antes: era el mismo, sólo que ya no estaba ocupándolo yo.

Al volver sobre mis pasos, y mientras seleccionaba el modo aleatorio del reproductor de canciones, giré el cuello para comprobar si la mujer seguía allí.

Alguien con un jersey rojo estaba sujetándola desde dentro mientras ella se contorsionaba pasándole un paño a la persiana. Me pareció oírlos reír.

Todavía se veían a las nubes cuando llegué a  mi casa.

Pero ya no las reconocía tanto.

Igual que a la canción que escogió el modo aleatorio.


Mañana empiezo con el saco. Otra vez.


Aún puedo bailarlo sin guantes.


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EL SALÓN DE TÉ

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La cosa llevaba algún tiempo sin ir bien; más o menos desde que ella había empezado a trabajar por primera vez. Tuvo que marcharse lo suficientemente lejos como para tener que quedarse durante la semana y aquello "afectó nuestra relación", como diría un corrector del [I]Hola[/I].

Y no es que antes viviéramos juntos, no, qué va...Era igual, sólo que ella todavía vivía su sueño estudiantil: hay que ser un experto para diferenciar el ruido real del de fogueo. Las pistolas son tan raras y amenazantes que todas parecen la misma para quienes no han visto ninguna de verdad.

A veces, cuando sus acaudalados padres se iban de vacaciones, pasábamos las noches juntos. Y estaba bien, pero no tanto como para que durante el día no me acordara de lo fantásticamente que se está cuando nadie más que tú tiene el mando del televisor.

Una tarde de un mes primaveral, no recuerdo cual, tumbado en mi catre de la casa paterna, habiendo acabado la jornada laboral, mortalmente aburrido, tanto como pueda estarlo quien va vislumbrando lo siguiente que le va a venir para quedarse, vi el anuncio de una puta en un canal local, uno de esos que estaban subvencionados al ciento veinte por ciento para dar el feliz parte del Ayuntamiento, chatear mientras sonaban a lo gitano los últimos éxitos de la MTV y emitir porno enganchao al satélite del Platinum X por la noche con el correspondiente chateo de neuro y medio la tirada, claro, que la Bestia no quiere tu leche, sino tu sangre, sudor y lágrimas. Y tu leche derramada también, qué coño...

Se me puso dura y llamé antes de que aquel número dejara su lugar a otros, la inmensa mayoría de ellos buscando alguno que lo hiciera por afición, como si las tías fueran del Betis.

No me gustó mucho su voz, pero quedé con ella en la plaza de toros: era de fuera y no conocía el pueblo. Y no hay cosa más grande en uno de estos que una de aquellas, no tiene pérdida. Bueno, sí, las iglesias...pero como que no.

Mi experiencia puteril hasta ese momento se reducía a una vez que entramos a un puticlub de carretera al poco de sacarnos el carnet de conducir. Estábamos bebiendo y alguien dijo de ir de putas. Se cogieron un par de coches y fuimos haciendo el grease hasta nuestro destino.

Una vez allí, se acabó el cachondeo: nadie tenía huevos entrar.

- Me cago en Diosss...-dije yo

Y pasé.

Ya estábamos todos bien apretados en la desierta barra, preguntándole al peludo macarrón de la muñequera de cuero por el precio de los cubatas, "dame un tercio", "quinientas", cuando entre risas nerviosas se nos acercó la puta más vieja que por allí estaba.

Llevaba un sujetador que habría aguantado el juicio de Nuremberg.

Palpé un tanto.

- EHHH...
- Vale, vale...

Y se encaró con el panadero:

- Qué guapo eres...
- Ssssíii...
- ¿Quieres algo?
- Bueno...Es que no sé si tengo...
- ¿Cuanto llevas?
- Quinientas pesetas
- Pues con eso te sales a la carretera y te haces una paja

Tuvimos que irnos del ataque de risa que nos dio.

No me costó encontrar el coche de la puta del chat cuando llegué con el mío a los aparcamientos de la plaza de toros: no había otro.

Me subí al suyo con todo el corazón en la polla.

Estaba demasiado gorda. Mucho.

- ¿Donde vamos? -dijo como si fuésemos a hacer un cursillo de manipulador de alimentos.
- Tira por ahí...

La dirigí donde las ovejas cagan sus primeras mierdas secas del día.

- Qué quieres -no fue una pregunta

"Irme", pensé.

- Chúpamela
- Treinta euros
- Vale

Me bajé los pantalones y los calzoncillos y me la comió como aquel pajarito de madera que el obeso Homer dejó dando picotazos al ordenador, de ese que tenía atascado el canal del TAB.

Me corrí mirando a los tetrapléjicos molinos de viento.


Ya en mi coche fui a la gasolinera para pillar una cocacola.


Qué rica estaba.





DOS CICATRICES Y UN RAYO DE SOL

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He despertado con dos cicatrices en la parte derecha de la frente; una de ellas especialmente grande, de unos cuatro centímetros. No es la primera vez que me pasa. Me las causo yo mismo con la uña. Creo.

La mañana gris y no demasiado fría. Todavía era casi de noche completa cuando llegué aquí. Limpié, fregué y coloqué el bar. Después abrí la puerta y sólo me quedó esperar.

Ha entrado poca gente. Un ciego y un viejo con sus dos hijas; una de ellas todavía tiene buenas tetas. Un colega me contó que eran las mejores que había tenido entre sus manos.

Acaba de pasar un cliente habitual. Otro solitario. Le pongo su café y volvemos a ignorarnos. Una vez estuve a punto de discutir con él. ¿Y qué otra cosa se puede hacer?

En el cielo cubierto de nubes grises se ha abierto una brecha por la que ha se ha filtrado un poco de sol que ha alcanzado mi ventana. Por un momento he pensado si sería el Fin y si lo haría con la de las otoñales tetas entre mis brazos. Después no ha pasado nada de eso y he pensado si lo mejor no sería esperar la muerte mientras limpio, friego y coloco el bar.


Ha entrado más gente, demasiada, mientras escribía estas pocas líneas. Quizá algo no quería que lo hiciera. ¿O he sido yo?


Pero aquí están.


Y yo he vuelto a quedarme completamente solo. Creo.

PON TU CABEZA SOBRE MI ESTÓMAGO

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Finalmente la noche había sido buena, nada más.

Desperté cuando era probable que todavía no hubieran cerrado el bar. Una hora más tarde abrí su puerta. Y enseguida, aún a oscuras, me di cuenta de que sólo había sido una buena noche, nada más: a veces basta con oír tus pisadas para saber con bastante exactitud lo que ha pasado.

Encendí la luz y vi que el piso estaba sucio, pero no demasiado. Fui hacia el cuaderno de contabilidad y miré la recaudación. Busqué por los Reyes del año pasado y comprobé que había estado bastante mejor. La Navidad, laboralmente, había sido notable para nosotros. Y como premio casi que forzoso para nuestra salud mental más que física, ayer mismo habíamos acordado cerrar durante una semana. Hoy se esperan nuestro cierre; mañana, no. Y el fin de semana habrá quien se pregunte si no se ha muerto alguien en nuestra familia. Pero el pronóstico de quien vive al día es más corto que el del tiempo.

No puse música durante la limpieza. Ni lo pensé. Y ahora que lo hago me resulta curioso: es como si no hiciera falta cuando no tienes que abrir la puerta. Si yo fuera rico necesitaría incluso menos que ahora.

Desenchufé las cámaras y eché en varias bolsas todo aquello que pudiera ponerse malo durante nuestro descanso: naranjas, limones, cebollas, ajos, huevos...todo para casa. Y fue entonces, cuando abrí el frigorífico, que vi los roscones prácticamente intactos. Y en ese mismo momento, puede que iluminado por mi ayuno que ya iba por su hora 36, determiné llevármelos a casa, trocearlos, envolverlos en papel de aluminio y salir a repartirlos entre los pobres de la ciudad.

Eran las 8 de la mañana y estaba terminando de amanecer cuando llegué a casa.

Ya lo tenía todo preparado para salir. Tan sólo me faltaba encontrar los guantes que protegieran mis manos durante el trayecto bajo la helada mañana, la primera del invierno. Y buscándolos recordé si no sería conveniente ir desayunando, a pesar de encontrarme bastante bien de fuerzas. Los guantes seguían sin aparecer y ya no me quedaba ningún sitio por mirar. Pensé en llevar las porciones de roscón a Cáritas y que las repartieran ellos, pero enseguida deseché la idea: Cáritas es parte del enemigo. Así que me iba a tocar a mi...Me di por vencido con los putos guantes y determiné desayunar para meterle calor al cuerpo en vista del frío que iba a pasar fuera.

El kiwi estaba delicioso, entre ácido y dulce, todo verde brillante, en su justo punto. Le hinqué el diente al primer aguacate y su insipidez me supo a gloria; con el segundo, redondo como el sol, disfruté paladeando su suavísima textura. Le eché un vistazo a la bolsa ecológica medio llena de aluminio arrugado y rápidamente me di la vuelta para coger una de esas hermosas naranjas que había rescatado del bar; la pelé con mis propias manos y su pulpa me supo a néctar de reyes. Me acordé de los pobres que encuentro las pocas veces que circulo por la calle comercial, unos viejos y otros no tanto, pero seguramente muchos tendrían problemas con el azúcar, alguno habría diabético, y puede que el remedio fuera peor que la enfermedad; pensé en las viejas beatas y que ellas estarían preparándose para hacer algo parecido a lo que iba a hacer yo; y eso sí que sería tremendo, absurdo, mortal...llegar allí, hasta los pobres de tus famélicos sueños, y ver que te miran con aburrimiento al coger tu pedazo de roscón, casi que diciéndote con la mirada que lo van a tirar a la papelera, que están hartos del puto roscón, tan empalagoso, y que ellos lo que quieren es dinero para vino, que alegra el espíritu y calienta el cuerpo, que si no seré un maricón en busca de algo cuando soy tan amable como una puta vieja...Para cuando abrí la cuarta nuez ya lo tenía casi decidido. Y con la novena y última avellana no tuve duda alguna: los roscones se iban de vuelta al bar.


Sólo que ahora en porciones.


Y masticando un buen puñado de pistachos le eché una sonrisa y once bultos de aluminio a las casi vacías tripas de mi pobre frigorífico del bar dormido.

LA MUJER DEL MAGO

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La mujer del mago tiene piernas que no parecen suyas; cualquiera que las vea dirá que tienen la mitad de años que su cara vista de cerca.

La mujer del mago nunca entra sola al bar; se queda ahí, en la puerta, sola, esperando a que llegue su amiga y mi clienta, una que también es la mujer de otro, pero no de un mago. Me pongo a pensar y no recuerdo haberle visto las piernas. Hay mujeres que no las enseñan. Hay mujeres que no pueden enseñarlas.

La mujer del mago se sienta en un taburete del fondo, junto al ventanal, y mira afuera mientras su amiga y mi clienta viene a pedirme las consumiciones como una niña tímida le pediría un truco a un mago muy solicitado.

La mujer del mago tiene un culo que parece tan duro como mi polla y una cintura como la de la abeja que por la mañana estampé contra el ventanal; las tetas son pequeñas, pero te miran como si fueran dos montañas nevadas.

La mujer del otro pagó y salió a la calle a buscar las llaves que no encontraba. La mujer del mago se acercó a la barra para pagar lo que ya había sido pagado. Me miró otra vez, aunque ya no como cuando salió del water poco antes de la llegada de ese tío que ahora se la llevaba.

Un cliente estaba en la barra jugando con su hijo. Reconoció a ese tío y se saludaron efusivamente. Y después que se fueran me preguntó si lo conocía.

- No
- Es Patri, el mago ese que...
- Ah, ya


Entonces me acordé de él. Un idiota.


Supongo que la otra encontró las llaves en algún sitio.


No estaría mal que yo encontrara las de las mujeres de los magos.


Aunque sólo fuera para después tirarlas a la incineradora de basuras.



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