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EL INVIERNO SON LOS OTROS

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"No esperes demasiado del fin del mundo..."

Así, literal, sólo tenéis que pegarla en Google para saber quien la dijo. Yo no me acuerdo. Ni me interesa el nombre del autor.

Hay frases que sin saber porqué se quedan grabadas en tu memoria. Ahora mismo recuerdo pocas, muy pocas, puede que solamente una, sí, aquella referida a Raskólnikov, eso de "...y aunque estaba solo, no podía sentirse solo"

Al recordar esta tarde aquella frase me ha venido a la cabeza un libro que leí siendo muy joven, uno titulado "El fin del mundo está muy cerca" Estaba por casa, en algún cajón o algo así, la nuestra no lo era de libros sueltos; sí de enciclopedias y todo eso, "para los chicos, cuando les haga falta", o colecciones de libros, "¿y dices que estos son buenos?...está bien, te los compro, por si luego a los chicos les da por leer" Algunos estaban primorosamente editados, como aquella de los Premios Goncourt, creo que se llamaban así, cosa francesa. No recuerdo haber leído ni uno, lo mío con los vecinos de arriba viene desde el principio, de hecho todo viene conmigo desde ese momento, desde el que fuera: es como si siempre hubiera sabido lo que no puede gustarme.

Pero todo aquello estaba más para decorar que para otra cosa, y en verdad cumplían su cometido: bien colocados y numerados en el lugar correcto, ya fuera debajo del televisor o en una repisa que le viniera como de molde, como hecha por encargo. No diré que no leí algunos, pero con esto también pasa como con lo demás: si eran de tus padres, no eran los tuyos.

Ese libro al que me he referido antes tenía que ser cosa del Circulo de Lectores, engendro al que estaban suscritas mi madre y mi tía supongo que por razones de interés, "tú compras en mi tienda, nosotras nos hacemos socias de eso", así funciona el asunto, quid pro quo, y donde hay beneficio no puede haber interés.

Claro está que con ese título no era cosa de ir dejándolo al alcance de los chicos, ya estábamos los cinco, pero si había veces en las que padre descuidaba el Interviú, qué no sería de madre y su constante bregar con su equipo de futbito particular, aparte del trabajo, como si aquello no lo fuera, que no parece sino que las mujeres han empezado a ello cuando lo ha ordenado la banca.

Era un librito pequeño, de tapas verdes y duras, cuyas gruesas hojas estaban llenas de dibujos en sus amplios márgenes; dibujos en los que se representaban inquietantes y etéreas figuras, me acuerdo especialmente de sus grandes ojos, alguna noche soñé con ellos. El tema era la profecía de San Malaquías, su defensa frente a quienes pretendían desprestigiarla, entre ellos un tal padre Pingeón, o algo así, parece mentira que no haya olvidado su nombre...Por cierto, que según aquello el último es Paquirri.

Pero no fue allí donde vi esa frase, no, no pudo serlo; ese libro era muy attention whore, claramente esperaba algo grande, tremendo, apocalíptico, y aquellas son palabras que no casan en ese scrabble: no dice que no esperes mucho de la vida, o de la que esté por venir, o de la muerte...dice que no esperes mucho del fin del mundo. Y si no lo haces con eso, ¿con qué vas a hacerlo?

De esta me he acordado cuando he visto que la primera partida del Campeonato del Mundo de Ajedrez ha acabado en tablas después de 16 jugadas, aunque antes he dicho en voz alta un "vaya par de hijos de puta" mientras regresaba a la cocina para seguir con el arroz. Estábamos solos, mi padre y yo, ya me había visto ir y venir al ordenador más de lo normal, murmurar y tal, está acostumbrado, de hecho suelo cantarle canciones a la paella, canciones melódicas, de Julio Iglesias, normalmente, en ocasiones a los Motörhead, o tonadillas que de pequeño le oí cantar a él, como aquella de "mira que eres lindaaaa, que preciosa ereeeeesss" Todavía la canturrea de vez en cuando. Pero yo dejo de hacerlo cuando me doy cuenta.

Y es que era algo que había estado esperando con una cierta ilusión; tanta que no puedo recordar la última vez que un "acontecimiento" de índole semejante me había causado algún interés, no sé...¿el regreso de José Tomás? Y ahí estaba yo, aún en casa cuando a las diez y media ha empezado la partida, conectado desde una hora antes, esperando ver a los jugadores, sus caras, sus gestos, su ropa, la salaelárbitrolosfotógrafoselpúblicoyloquefuera. "Sí, voy a escribir de este mundial. Un artículo todos los días de partida, como hizo Arrabal para el ABC en el match Karpov-Kamsky, el primero que seguí, aquello de Iré como un caballo loco. Estaba bien, estaba de puta madre...tan cortito, tan concentrado, tan ininteligible para cualquiera que no ame ni este juego ni la buena literatura...Pero yo lo haré a mi manera, todavía no sé hacerla de otra, necesito demasiadas palabras para contar cualquier cosa..." Y luego pasa eso. He recordado a Fischer en 1972, cuando perdió la primera partida casi aposta, transformando un estanque de la Granja de Segovia en el tsunami que arrasó Indonesia, aún sabiendo que no era necesario, que no iba a ganar más de lo que ya tenía en la mano, que metiéndose allí no iba a sacar más de lo que ya tenía...y se metió. Y perdió. Y luego ganó. Y se convirtió en una leyenda viviente.

"Es como ver a Cervantes escribiendo el Quijote" le he dicho orgulloso de la idea a un amigo para que se animara a echarle un vistazo.

Y mira.

Mañana estaré atento a la segunda partida, por supuesto, y puede que sea algo memorable, algo que me haga recuperar la fe tanto como para escribir un panegírico sobre ella, básicamente a los hombres nos encanta engañarnos, pensar que siempre es posible, como ese Caminante schubertiano que he escuchado esta amanecida sin saber que faltaba poco para que empezara lo que estaba esperando, uno se olvida por las mañanas...No lo he dejado acabar, me gustó más la introducción del presentador que la música del pianista. Y he puesto uno de los Maiden, "Extranjero en tierra extraña"

A veces me siento así, como si me hubiera retrasado en la llegada, como si se hubieran traspapelado los informes y sentencias, como si todo esto sólo fuera un lamentable error burocrático: todo lo que me gusta de nuestro tiempo pasó cuando mi padre pudo disfrutarlo. A él seguro que le hubiera dado igual. Pero no a mi: tan cerca y tan lejos...

Una idea vino a mi una vez superada esta nueva decepción con los otros, aunque más que idea fue un recuerdo, uno bien reciente, que yo soy de los llegan hasta ayer sino es para ir a mi prehistoria, o casi. Y fue que en la mañana de aquel, mientras daba una rápida vuelta al parque previa a la inminente entrada al trabajo, me fijé en los árboles que lo habitan, enormes, perennes, con unos troncos que daban ganas de abrazarlos de tan firmes y callados como lucían bajo el sol de este otoño que siempre llega aunque lo ninguneen los tontos, aquellos para los que hasta de palabra sólo hay verano e invierno, "¿Y esto qué es? -les pregunto cuando ya me harto de oír que si o nos asamos o nos helamos- ¿acaso tienes calor, estás helao? ¿no, verdad? ¿te pones una cazadora en julio? ¿la llevas abierta en enero? ¿o no la cambiarás por un buen abrigo?...ESTO ES EL OTOÑO. Esto, coño" Pero hay que decir lo que dice todo el mundo.

Esos árboles...Bajé el paso casi hasta ir así, miré sus copas, sus ramas, sus troncos, fijándome bien en los que salían más derechos, sin ayudas que repartieran el peso, eran pocos, la inmensa mayoría se bifurcaban en dos grandes ramas, algunos habían que hasta en tres, y si todos formidables aquellos parecían inmortales, magníficos, fantásticos, como si estuvieran diciéndote tranquilamente: ES POSIBLE.

Un árbol así hace que todavía creas en ti mismo.

No esperes demasiado del fin del mundo...

Antes del invierno estuvo el otoño.

La mejor época del año.

Sin duda.


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