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HOLOGRAMAS PÁ LOS POLLOS

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Hay noches en las que uno tiene sus puertas mentales como las petardas de couché las de sus coños: abiertas. Pero si las de estas lo están permanentemente (no hay candado que valga contra la ambición, como bien sentenció Gordon Gekko ante aquella estúpida pregunta) no ocurre lo mismo con las mías que, sino blindadas, al menos gastan una contraseña cuyo número creo que he olvidado.

La noche del pasado viernes llegué a casa realmente cansado, puede que no lo estuviera tanto, pero enseguida te acostumbras a dejar de hacer algo mientras sepas que puedes volver a hacerlo cuando quieras, aunque de tanto no hacer termines por no recordar qué hacías, o al menos no sus beneficios frente a la inacción, tan cómoda y segura, tan cálida y acogedora como un sanatorio mental con televisión en lugar de pastillas multicolores: un poquito de suave música relajante, muy repetitiva, y ya puedes olvidarte del mundo. Uno menos.

Y otro día más decidí no salir a andar, ya van dos semanas, puto talón, aunque ayer por la mañana di un breve paseo después de fregar el bar; qué sol hacía...

Pero la noche no es el día, la noche es como la televisión o internet, algo para salir del paso, no para entrar en él; todo te cuesta más, o eso parece, que es como si nada valiera la pena cuando no hay luz, luz de la buena. Quizá por esto nos colocamos cuando falta: para hacer como si estuviera. Aunque no sea lo mismo la mentira que la verdad. No. Ya pueden decir misa negra.

Como lo mío con la televisión ya ha llegado a un punto tal que el que pueda yo tener con una muchacha de Kansas decidí buscar algo en Youtube, algo estrambótico pero no mucho, a mi manera, es decir: que por muy grande que sea la barbaridad lo hagan en pocos planos. Fijos, a poder ser. Y ya si es con una única iluminación, miel sobre hojuelas. Pan blanco, mejor, que a ciencia cierta no sé que son las hojuelas, que no hacemos más que hablar por hablar, o escribir por escribir, como loros mecánicos, El Blues del Loro Mecánico, por Gaylord Focker, ese hombre de nuestro tiempo.

Me decepcionó un tanto no encontrar nada nuevo de mi magufo favorito, David Icke, o si lo había no parecía muy estimulante, como una cena-coloquio en Barcelona donde hablaba y hablaba y comía y comía mientras un chico modernillo traducía sus enseñanzas al español, un sindiós, pero podría haber sido peor: imaginad que lo hubiera traducido al catalán con subtítulos en español. De todas formas, ¿como va a decir alguien algo interesante, siquiera brillante, mientras está comiendo? Además que yo acababa de hacerlo, y eso es como ponerte a ver porno después de echar un polvo. No sé, aquí hay algo que no funciona. Es como si el mundo estuviera empachado.

En vídeos relacionados vi un enlace de un tipo con pinta de raro, español, por más señas; enseguida lo reconocí, era el tío aquel del que hablan en algunos foros, un ex-vicealcalde de Sevilla, profesor universitario, compromisario del Betis y socialista, que lo dejó casi todo después de una iluminación. Y todo cuando estuvo al borde de la muerte por una negligencia médica, algo que, en sus palabras, jamás podrá agradecer al médico que se la infringió, pues fue esa experiencia extrema la que finalmente le dio la fuerza necesaria para cambiar radicalmente de vida.

Estuve a punto de cortarlo incluso antes de enterarme de todo eso, antes de que empezara a hablar. Y la razón fue que lo presentaba una cuarentona fea y delgaducha, catalana (la conferencia era en Lleida, como se empañaban todos en llamarla, hasta el andaluz protagonista), con evidentes síntomas de estar enamorada de él, tanto que daba vergüenza ajena, sentimiento casi tan doloroso como la propia, al menos para mi. La salvó que ya estaba apalancado en el sofá, con el pie en alto y la manta arremetida; en caso contrario, no lo hubiera dudado. Y me lo hubiera perdido, que es cosa de la que cada vez me doy más cuenta: hay que encontrar más que buscar.

Emilio Carrillo, que así se llama, es un hombre con gafas, calvo, de espesas y negras cejas, fibrado, que aparenta bastantes menos años de los que tiene, pues aunque no lo dijo sí lo dio a entender con su afirmación de que empezó a dar clase en 1981, experiencia que (unida a su actividad política) le ha servido para hablar más que correctamente en público: una hora entera estuvo haciéndolo sin parar ni para tomar un sorbo de agua. Al final tenía la comisura izquierda blanca, como los farloperos, pero como el plano estaba orientado hacia el perfil derecho casi que no daba tiempo a fijarte en ella lo suficiente como para olvidar lo que estaba diciendo, que esas también son cosas que pueden echar por tierra a cualquiera, ya esté diciéndote el secreto de la vida: "y el secreto de la vida es..." Y tú mirando el moco que tiene colgando.

Otra cosa fea, y esta desde el principio, era su empeño en el -os, -as, cosa que me saca de quicio, que me provoca mirar al pajarito, y uno está ya harto del jodido pajarraco, coño, échame la foto sin que me entere y déjame tranquilo, hostia puta. Pero al ser la cosa muy etérea, simbólica, pudiera decirse que soñada, era una fórmula que utilizó muy pocas veces, aunque para mi siempre sean demasiadas.

Básicamente, Carrillo dice que todo esto es un holograma, una ilusión de nuestra mente, un juego que de alguna manera aceptamos jugar, una simple plataforma hacia otras dimensiones que van alcanzándose con la muerte, que no existe, pues somos hijos de Dios (no lo dice así aunque no se corta en utilizar cierta terminología cristiana) y como tales somos inmortales, pensamiento que por sí solo basta para que hasta el burro agudice las orejas; burro que según él también es divino, al igual que las piedras y las flores, y cualquier cosa que exista: todo proviene del Padre (así lo dijo y me dejó bastante loco viniendo de él; puede que se le escapara) Pero su idea última, su idea abismal, que diría Zaratustra, es que todo lo que nos pasa es porque queremos que nos pase.

Y así empezó el coloquio posterior, con esa primera pregunta formulada por un parado de cuatro años; muy educadamente, eso sí, que esto es Cataluña, o Catalunya, sí, que aquí ni queriendo te puedes hacer el diferente, o no todo lo que quisieras: "¿estás diciéndome que yo quiero estar así?" A lo que llegado su turno de responder a las diferentes preguntas (buena táctica para enfriar la temperatura) le respondió afirmativamente, cosa que le dio la oportunidad de contar lo duro que es decir eso a los padres que han perdido algún hijo; tanto que alguna vez han estado a punto de partirle la cara.

El porqué esto es así ya no lo recuerdo, y aunque lo recordara no sabría decirlo. Ahí todo eran dimensiones extra-sensoriales, espíritu, vibraciones, matrices holográficas que se descomponen y cosas por el estilo, es decir, que no son para ti. Pero si todo eso lo vistes con la no-muerte, con la vida eterna, es más fácil que te hagan caso. Otro gallo cantara si después de todo eso dijera: "Sí, amigos y amigas, todo esto es así. Y una vez muerto no hay más" Entonces, probablemente, te partirían la cara hasta los que ahora se ponen por medio para evitarlo.

Finalmente terminó leyendo algo que había escrito ex-profeso para la ocasión, algo bastante malo; y así, aplaudido por casi todos y vuelto a besar por la enamorada anfitriona, acabó la conferencia. Me fijé en el barrido que hizo la cámara: los únicos que no aplaudían eran los de la última fila, aquel parado entre ellos. Pero el resto, mujeres en su mayoría y algún que otro viejo, parecían muy contentos. Y contentas.

La tarde siguiente, la del sábado, fue una verdadera locura en el bar, un no parar de poner cubalibres a diestro y siniestro. Y en esas andaba cuando me vino a la cabeza lo del holograma, lo de Matrix, lo de que todo eso era lo que quería cuando dos borrachos llegaron a sus mujeres que ya llevaban un rato en la barra, dos gorditas cuarentonas con pinta de zorras que pasaron de ellos como de comer mierda. Yo, entre flexiones y carreras, no hacía más que echarles el ojo de los tambaleantes que iban, tanto que parecía milagro no se les cayeran las cervezas que les habían pedido sus mujeres viendo el estado que se habían buscado; más aún cuando justo al lado se encontraban unos coleguillas que ya habían empezado a meterse la directa. No pasó nada, que es lo mejor que puede pasar cuando eres tú el que está detrás de la barra. Volví a acordarme del holograma a la cuarta o quinta vez que se acercó uno que me mira como si yo fuera juez de instrucción, no sé qué coño le pasa aparte de que parece tener una vida sexual al nivel del de las piedras pómez, no hace tanto que pasé uno de mis más engorrosos ratos de vergüenza ajena viéndole sonreír como un huelebragas a una cincuentona divorciada más mala que el baladre y más puta que María Martillo; sólo hacía eso, sonreírle como si fuera su madre, completamente borracho, la otra acabó por reírse en su cara y estuvo un rato jugando con él, hasta que llegó otro que prometía rabo duro. Tuve tiempo para ver como se retiraba hacia el salón no sin antes despedirse educadamente con la misma sonrisa. Ya a punto de irme, de escabullirme, me cogieron por banda en la puerta, "¡TÓMATE ALGO CON NOSOTROS, KUFISTO, CABRÓN!", "no, que mañana...", "¡AAAAHHH...ERES UN MIERDER!" Eran las siete y media de la tarde y ya iban como deberían estarlo a las de la mañana, si es que resulta necesario ponerse así. Y yo, que no me hace falta ni que me toquen las palmas y más cuando acabo de cruzar la meta a trescientos...me fui.

E hice lo mismo que la noche anterior, igual, pero esta vez era en Valencia, y no sé qué cojones pasa allí pero se oía ruido por todos lados, chicos corriendo y gritando, portazos, gente que llegaba tarde a la conferencia, siseos, micrófonos que no funcionaban...el pobre Emilio, un tanto desmejorado, parecía un poco incómodo, la verdad, tan acostumbrado al silencio y a la meditación. No sé en qué vibración fluirá Valencia, pero seguro que no es la mía. Probé en otra, en Granada, casi en su tierra, aunque seguro que se llevan a matar, que aquí nadie aguanta a nadie. Pero, ay Dios, cuando vi aparecer a la presentadora, micrófono en ristra...un par de barriles de cerveza de los que se pinchaban con el espadín vestida con algo que parecía un pijama.

- Hasta aquí hemos llegado, Emilio. La forma y el fondo, colega...La forma y el fondo.

Los catalanes tendrán sus cosas, pero al menos intentan hacerlas bien. Y mi madre, que pasó allí su más tierna infancia, no habla más que bien de ellos. Aunque, como decía Michael Corleone, los tiempos cambian, que no hace falta ser Agamenón para darse cuenta de eso.

Ancha es la puerta de la perdición y estrecha la de la salvación.

O algo así.

Yo, a mi rollo.





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