Supe que íbamos a perder incluso antes que marcaran el primer gol. Tenía malas vibraciones, llevaba unos días dodecafónicos, creo que toda mi vida he estado en esa onda, aunque a veces, pocas y durante poco tiempo, he vibrado en la frecuencia adecuada. Y por esto sigues soportando tu concierto, por el recuerdo de aquello, a pesar de que en ocasiones hasta dudes de si alguna vez fue tal, si no se trata de otro auto-engaño. La cabeza es el único Big-Bang que importa. Y la memoria son estrellas muertas de las que no por vislumbrar su luz te lo jugarías todo a que hayan existido alguna vez. Noches hay que dudas hasta de si no las habrás dibujado mientras soñabas.
No me gustan los brasileños, no me gusta la gente que en cualquier circunstancia saca los tambores a la calle, y si apenas me reconozco en los nuestros no lo es tanto como para desear que pierdan ante aquellos, y menos aún verlo, que aunque Ludovico está llegando todavía no le han llegado aquí.
Terminó la primera parte y me fui a la cama. Ya me avisaría el vecino en caso de remontada, un tipo de cincuenta años que aplaude y grita España cuando el árbitro está esperando con el pito en la boca el okey de las televisiones. Apagué la luz intentando no pensar en nada, que ya es querer que no salga el sol: no hay como intentar algo para fortalecer lo otro. Y si es ineludible, más. Algunos vivimos rodeados por molinillos de viento que dejaron de ser gigantes hace algún tiempo.
Viendo lo que venía a mi cabeza abrí los ojos para no ver nada, y así estuve un rato, hasta que de tan vacío como me sentí volví a cerrarlos, y otra vez empezó a sonar aquella música, y tan mal parecía que tuve que levantarme, fui al salón y encendí el televisor, aparecieron esos tocando tambores y panderetas en su campo, delante de su gente y de los nuestros que los miraban cabizbajos, como aceptando el ser ridiculizados por haber perdido, que la gentuza no se conforma con ganar si no es humillando, sobretodo cuando se saben seguros, intocables, como todo lo bajo y rastrero, todo lo que necesita de muchos para sentirse alguien...Sólo Arbeloa, el que dicen ser el peor de los nuestros, tuvo lo necesario para irse de allí: hay que saber perder con quienes saben ganar.
También yo me fui, leí algo inocente y poco después me dormí. Si no te gusta lo que oyes, lee a quienes se parecen a ti.
He despertado más igual que menos, sin ganas de nada, ya era tarde, por un momento he pensado en tumbarme en el sofá y ver pasar las horas del día, algo a lo que estoy aficionándome, pero hoy es el de descanso, se supone que hay que aprovecharlo, aunque nada más sea que para hacer lo de costumbre, cada vez hay más molinillos y mueven más rápido sus aspas, están para eso, para ventearnos, ya no hay trigo que moler, nosotros somos su pan.
Mucho tráfico, demasiado, he estado a cero coma de dar media vuelta, pero tenía el frigo vacío, hay que llenarlo, sino hasta los topes al menos lo suficiente, para eso están, en caso contrario mejor desenchufarlos, nadie abre uno que sepa vacío.
Mucha gente, demasiada, me he dado la vuelta, los coches son más llevaderos. Casi siempre.
No hay jamón que me haga pasar quince minutos rodeado de castañueleras pudiendo comprar otro cualquiera en el bendito supermercado. Aunque ya venga cortado y envuelto en plástico.
Y hoy, menos.
Música, maestros, que llevo demasiados días oyendo la mía.